1º Es de común experiencia que toda risa contenida se deshace en sonrisa, y toda sonrisa acentuada se desata en risa. Estas relaciones fisiológicas no deben turbarnos. En concepto, como quiere Bergson, podemos considerar que la risa es una manifestación social. La sonrisa es solitaria.  La risa causa su pretexto o motivo externo, como señalándolo con el dedo. La sonrisa es más interior; tiene más espontaneidad que la risa; es menos solicitada desde afuera. Así, aun cuando se considere que son grados o momentos de un mismo proceso, el análisis de la sonrisa nos lleva a las fuentes espirituales; el de la risa, a los motivos externos. Los motivos podrían variar: como no nos pertenecen, no son absolutos. La fuente espiritual, que traemos con nuestro ser, no puede variar: es absoluta. La sonrisa es, filosóficamente, más permanente que la risa.

2º “…rire est le propre de l’homme”, ha observado Rabelais sutilmente. Y mejor pudiera haber dicho: sonreír. Los naturalistas creen percibir, en cierta clase de simios, el rictus de una embrionaria sonrisa: estas relaciones zoológicas no deben turbarnos. La sonrisa es, en todo caso, el signo de la inteligencia que se libra de los inferiores estímulos; el hombre burdo ríe sobre todo; el hombre cultivado sonríe. Calibán ignora las alegrías profundas de Ariel. Calibán es un “animal triste”. “La carnes es triste.”

3º La sonrisa no es inmediatamente útil para el mantenimiento corpóreo. Antes del pensamiento filosófico o de la verdadera creación artística, la sonrisa es la primera desviación de la estricta gravedad vital. Desviación levísima, declinación casi imperceptible y que acaso es la misma flor de la plenitud orgánica, del bienestar fisiológico; pero que, desarrollada, llegará a las mayores alturas del idealismo: a juzgar al mundo como fantasía o capricho del pensamiento. La sonrisa es la primera opinión del espíritu sobre la materia. Cuando el niño comienza a despertar del sueño de su animalidad, sorda y laboriosa, sonríe: es porque le ha nacido el dios.

4º Decía Voltaire, en son de sarcasmo, que el hombre es un ser superior, porque es, entre los animales, el único que satisface sus necesidades cuando no las tiene. Nuestro hermano el ciervo, nuestro hermano el tigre y nuestra hermana la abeja tiene horas invariables dedicadas al sueño, tiene una estación de amor, y se someten, en todo, al ingenuo plan de la naturaleza. El hombre, por su parte, algo tiene de creador, y ello es el anhelo de crear. No sus obras, no lo que aporta a la tierra, que es como el efecto previsto del agua en las vertientes de la montaña: un ciego trabajo de erosión. Sino el ánimo, el propósito de violentar la vida. Lo primero que hace el hombre es desobedecer el mandato del Padre, probar de la ciencia, probar del bien, del mal.

5º  Podemos creer que la inteligencia, joven, rebosante, gozosa de poseer luz, se esparce y derrama, olvida su destino –que es el de alumbrar la acción–, se aleja del preconcebido plan de la naturaleza, se ejercita en el vacío de su propio ambiente, se gasta en impulsos ya irracionales, con el regocijo de toda virtud exuberante: crea su plano ideal donde se revuelca y retoza. Y nacen, así, la sonrisa que no nutre y el juego que no multiplica. Ciertos salvajes hay, finos y sensibles, que atienden primero al tatuaje, a la piel y a las plumas de los vestidos, que a la alimentación y al sueño.

Cuando el mendigo afortunado se halló en el bolsillo la primer moneda de oro, todo el día pasó en lanzarla al espacio, hacerla sonar sobre el pavimento, enseñarla a todos: y no se acordó hasta el día siguientes de cambiarla por vino y pan.

6º Que la sonrisa proceda como de fuera de la vida, mas luego se incorpore a ella, no debe turbarnos. El animal que sonríe se ha transformado: no podría dejar de sonreír. Todo actividad libre, toda nueva aportación a la vida, tiende a incorporarse, a sujetarse en las esclavitudes de la naturaleza. Es la servidumbre voluntaria, como diría Étienne de La Boëtie. Lo libre sólo lo es en su origen, en su semilla, en su inspiración. Conservar, lo ya incorporado, el impulso de libertad, es conservar el anhelo de un retorno a la no existencia. El ansia de libertad se ha dicho, por eso, que es una manera de enfermedad. Así la sonrisa, que es una invención, se graba en las tablas de la vida. Se hace un hábito, diría Lamarck.

7º Hemos dicho, pues, que la sonrisa surge de una actividad irracional de la mente, de un esfuerzo sin propósito fuera de la mente misma, aun cuando después, al incorporarse en la vida, venga a ser un signo de utilidad. Que la sonrisa no sirve inmediatamente a los fines fisiológicos, ni tampoco para orientar la acción. (Orientar la acción: destino primero de la inteligencia.) Que la sonrisa es la primera opinión del pensamiento sobre el mundo, la primera desviación de aquél hacia el idealismo, hacia aquella hipertrofia de sus poderes que, de mero ayuda de la acción, lo ha de convertir en dueño de la acción.

8º Como mera ilustración, o quizá para que se vea que así como la sonrisa lleva al idealismo y es su primera etapa, el idealismo remata en el ápice de una sonrisa, basta considerar que Fichte –representante genuino de los privilegios del espíritu– asegura que la sensación misma es una creación de nuestro yo. Que es, dice, el resultado de una propia limitación. La realidad externa, pues, no existe, si no la sanciona nuestro ser; el cual, a su antojo, podría en un momento aniquilarla. Si así es, el mundo –comenta Hegel– nada tiene de seriedad: es un juguete, mera diversión del entendimiento. Es la Gran Sonaja. Y si nada tiene de seriedad, nosotros, que estamos en el secreto, sonreímos. De donde brota la ironía incurable que Schlegel cree sentir en el fondo mismo del Universo. La ironía es madre de la sonrisa.

Las anteriores notas, sacadas de un viejo cuaderno de trabajo, y a las que he querido conservar en su concisión y hasta cierto aire escolar, bastan para definir nuestra posición ante este problema: ¿Cuál es la actitud inmediata del hombre ante el mundo? Ellas nos responden: la ironía. No son una demostración, sino un índice de postulados. […]

Poema: la flor, madre de la sonrisa.

Fuente: Alfonso Reyes,  “La sonrisa.”  Obras completas, v. 3,  México, FCE, 1966, pp. 237-242.