¿Puede que te encuentres más de una vez frente a circunstancias que requieren de gran esfuerzo para ser superadas, dónde la vida parece ser un escenario que no te da respiro? ¿Sientas que tu vida necesitas una mayor cuota de paz y descanso? ¿Te pezcas pensando: de que manera puedo terminar con esto de una vez por todas?, ¿terminaré alcanzaré lo que me propongo?… Frente a esta situación: ¿ataco, o me defiendo?

Nuestras batallas nos tienen atrapados en una exclavitud invisible. Aquí te dejo con un texto de Helen Schucman para que podamos reflexionar al respecto de las condutas que vivimos en transparencia.

«Nadie ataca sin la intención de herir. En esto no hay excepciones. Cuando piensas que atacas en defensa propia estás afirmando que ser cruel te protege, que la crueldad te mantiene a salvo. Estás afirmando que herir a otro te brinda libertad. Y estás afirmando también que atacar cambia el estado en que te encuentras por otro mejor, más seguro, donde estás más a salvo de los asaltos del peligro y del temor.¡Qué descabellada es la idea de que atacando es la manera de defenderse del miedo! Pues he aquí donde se engendra el miedo y se le nutre de sangre para que crezca, se expanda y sea cada vez más rabioso. Ésta es la manera de proteger el miedo, no de escaparse de él.

Tú fabricas aquello de lo que te defiendes. Y al defenderte contra ello haces que sea real e ineludible. Depón tus armas, y sólo entonces percibirás su falsedad. Parece ser un enemigo externo a quien atacas. Sin embargo, al defenderte forjas un enemigo interno; un pensamiento extraño que está en guerra contigo, que te priva de paz y divide tu mente en dos bandos que parecen ser totalmente irreconciliables. Pues ahora el amor tiene un «enemigo», un opuesto; y el miedo, el extraño, necesita que lo defiendas contra la amenaza de lo que realmente eres.

Si examinases detenidamente los medios por los que tu ilusoria defensa propia procede a lo largo de su curso imaginario, te percatarías de las premisas sobre las que se basa la idea. En primer lugar, es obvio que las ideas tienen que abandonar su fuente, pues eres tú quien lanza el ataque y quien tuvo que haberlo concebido primero. No obstante, lanzas el ataque contra algo externo a ti y en tu mente te separas de aquel a quien atacas, completamente convencido de que la división a la que has dado lugar es real.

En segundo lugar, los atributos del amor se le confieren a su «enemigo» pues el miedo se convierte en tu refugio y en el protector de tu paz, y recurres a él en busca de solaz y de escape de cualquier duda con respecto a tu fortaleza, así como con la esperanza de poder descansar en una quietud sin sueños. Y al así despojar al amor de lo que le pertenece a él y sólo a él, se le dota con los atributos del miedo. Pues el amor te pediría que depusieses todas tus defensas por ser éstas meras necedades. Y ciertamente tus armas se desmoronarían y quedarían reducidas a polvo, pues eso es lo que son.

No hay duda acerca de la elección que hoy has de llevar a cabo. Pues hoy posarás tu mirada por última vez sobre ese bloque de piedra que tú mismo esculpiste, y dejarás de venerar con tu atención. Has llegado hasta este punto antes, pero has elegido permanecer así. Y por ese temor a Dios la duda volvió a apoderarse de ti. Pero esta vez la dejarás allí. Y al volver regresarás a un mundo nuevo, aliviado de ese peso; un mundo que no se ve a través de tus ojos ciegos, sino a través de la visión que te ha sido restituida gracias a tu elección.

Ahora tus ojos le pertenecen al Creador y es Él quien mira a través de ellos. Ahora tu Voz le pertenece a Él y se hace eco de la Suya. Ahora tu corazón permanecerá en paz para siempre. Lo has elegido a Él en lugar de los ídolos, y los atributos con los que tu Creador te bendijo te son por fin restituidos. La Llamada de tu Creador ha sido oída y contestada. Ahora el miedo ha dado paso al amor y tu permanecerás en Su gloria!»