Abasuly Reyes – martes, 23 de agosto de 2011, 14:56

Fuente tomada: Diccionario José Ferrater Mora

Desde el momento en que se establecieron ciertas «divisiones» del alma se propuso lo que luego se ha llamado «la doctrina de las facultades (o potencias)». Así ocurrió con las «divisiones» propuestas por Platón, Aristóteles y los estoicos. Platón distinguía entre la potencia (o especie) racional, la concupiscible y la irascible (más o menos equivalente a razón, deseo y voluntad). Aristóteles distinguía entre dos partes fundamentales en toda alma: la vegetativa y la intelectiva. Esta última comprendía la potencia apetitiva y la contemplativa. Los estoicos distinguieron entre el principio directivo (hegemónico) de carácter racional, los sentidos, el principio espermático y el lenguaje. San Agustín distinguía entre memoria, inteligencia y voluntad (facultades del alma que «correspondían» a las propiedades divinas). Muchos escolásticos siguieron la clasificación aristotélica; las facultades o potencias (habilitates ad agendum) pueden ser, en general, mecánicas, vegetativas, sensitivas e intelectuales (incluyendo en éstas la voluntad). Se ha hablado de las potencias o facultades de sentir, de entender y de querer. Algunos autores modernos (como Descartes) han distinguido entre voluntad e intelecto. Leibniz distinguió entre percepción y apetición (VÉASE). En el siglo XVIII se extendió la doctrina de las facultades, hasta el punto de que no poco de la arquitectónica kantiana (no sólo las tres Críticas, sino ciertas divisiones en la Crítica de la Razón Pura) depende de las divisiones establecidas por tal doctrina. Fundamental pareció la distinción entre intelecto y voluntad (razón teórica y razón práctica). Se distinguió asimismo entre el intelecto, la voluntad y el sentimiento. En el siglo XIX fue abandonándose la doctrina de las facultades, de la cual no se hallan huellas en la psicología contemporánea. Sin embargo, en ciertos análisis filosóficos contemporáneos, aunque no se admite una doctrina de las facultades, se establecen ciertas distinciones basadas en los modos como se emplean expresiones en el lenguaje corriente. Puesto que se dice «Quiero», «Deseo», «Pienso», etc., se puede determinar qué significados distintos tienen tales expresiones en determinados contextos. No se admite ya que haya «potencias del alma», pero se acepta que no pueden reducirse simplemente ciertos modos de expresión a otros en los cuales se traducen distintos modos u operaciones mentales.

En el resto de este artículo nos ocuparemos menos de las divisiones en facultades o potencias que de la noción misma de facultad. Puede completarse lo aquí dicho al respecto con algunas de las informaciones contenidas en el artículo sobre la noción de potencia, especialmente en la época moderna.

Uno de los problemas que se plan Uno de los problemas que se plantearon a los escolásticos al tratar la cuestión de la esencia de la facultad es si las facultades son o no distintas del alma. Muchos autores han admitido, si no una completa, sí por lo menos una cierta distinción real (aliqua distinctio realis). No todo lo que se dice del alma puede, según ellos, decirse de las facultades, y viceversa. La razón de la distinción es la siguiente: las facultades o potentiae agendi pueden ser consideradas como accidentes de una substancia que, como tal, subyace a todos sus accidentes, modos o manifestaciones. Debe advertirse que cuando se afirma tal distinción se habla de «la esencia del alma» y de la «esencia de las facultades»; decir simplemente «distinción entre el alma y sus facultades» no expresa con suficiente precisión el problema planteado. Algunos autores admitieron que hay solamente distinción de razón. Los tomistas se han inclinado a favor de una distinción real (en el sentido apuntado ) ; los nominalistas, a favor de una distinción de razón. Que San Agustín y San Buenaventura admitieron una o la otra es cuestión todavía debatida. A veces parece, en efecto, que distinguen entre el alma y las facultades; a veces parece que la memoria, la inteligencia y la voluntad son simples modos de manifestarse el alma como realidad unitaria. Se puede asimismo sostener una «distinción formal de acuerdo con la naturaleza de la cosa», como hizo Duns Escoto, aplicando a este problema el tipo de distinción a que nos hemos referido en el artículo sobre este último concepto.

Los autores modernos, de los siglos XVI, XVII y XVIII, han hablado casi siempre de facultades o potencias, y han introducido varias distinciones (Cfr. supra). Se han ocupado asimismo de la cuestión de si hay diferencia entre las facultades y el alma, con frecuente tendencia a negar tal diferencia (Locke y, por motivos distintos, Spinoza). Pero, además, se ha tratado en la época moderna con frecuencia de una cuestión que había ocupado a los filósofos antiguos y medievales, pero sin usurpar el puesto central que ha tenido entre los modernos: la cuestión del carácter pasivo o activo de las facultades. Ha sido muy común denunciar el carácter excesivamente pasivo de la noción clásica de facultad para destacar el carácter activo. Sólo en cuanto activa puede hablarse de facultad; desde el punto de vista pasivo, puede hablarse únicamente de receptividad o capacidad. Como ha dicho Hamilton, la facultad es el active power, en tanto que la capacidad es el mero «poder» (to have room for) ejercer una determinada potencia, esto es, llevar a cabo una determinada actividad. Si seguimos esta doctrina fielmente, hay que llegar a la consecuencia de que solamente puede hablarse de facultades o potencias (sean o no «realmente distintas» del sujeto) en cuanto se ponen en funcionamiento. Ello puede llevar a eliminar la noción de facultad en cuanto mera «potencia»; la «facultad» es admitida sólo en cuanto se actualiza.

La doctrina de las facultades en la Psychologia rationalis sigue en parte las doctrinas escolásticas, pero, lo mismo que sucede en éstas, los autores difieren en el grado mayor o menor de «realidad» que cabe adscribir a las diferencias entre las varias facultades. La tendencia creciente desde fines del siglo XVIII es en favor de una «distinción de razón». Además, se tiende a interpretar las facultades en forma «dinámica» más bien que «estática». Esto último sucede en los idealistas alemanes a partir de Kant, el cual habla con frecuencia de «facultades» (facultad del entendimiento; facultad de las reglas, etc.), pero dando al término ‘facultad’ el sentido de ‘actividad’, ‘función’ o ‘conjunto de funciones’.

Desde mediados del siglo XIX se ha tendido o a descartar la noción de facultad y la correspondiente «doctrina de las facultades» o a utilizar ‘facultad’ simplemente como nombre colectivo de una clase de actividades psíquicas. El modo como se han clasificado estas actividades psíquicas ha sido, además, muy distinto del «tradicional»; ejemplos al respecto los encontramos en Brentano y en las más recientes escuelas psicológicas behaviorista y estructuralista. Puede, pues, concluirse que la noción de facultad no desempeña ya ningún papel significado ni en la psicología ni en la filosofía. Sin embargo, mencionaremos dos casos en los que parecen plantearse algunos problemas similares a los de las antiguas «doctrinas de las facultades». Por un lado, en los análisis de expresiones del lenguaje corriente que se refieren a fenómenos normalmente considerados como «psíquicos», se habla de ‘desear’, ‘recordar’, ‘sentir’, etc., como si de algún modo se tratara de modos de comportarse psicológicamente distintos entre sí. Por otro lado, y sobre todo, se ha planteado el problema de si el llamado «análisis factorial», tal como ha sido fundado por el psicólogo inglés Charles Spearman (1863-1945), con la idea, que Spearman desarrolló posteriormente, de los «factores» de grupo, no «resucita» la «psicología de las facultades» en tanto que considera, cuando menos implícitamente, los «factores» como «facultades». No es este el lugar de examinar este problema: es suficiente aquí mencionar que la cuestión ha sido debatida.

Para Platón: Rep., IV; para Aristóteles: De anima, II; para los estoicos: Dios. L., VII; para Santo Tomás, S. theol., I, q. LXXVII; Cont. Gent., II, 72; De anima, arts. 12-5; In II de anima, lect. 14-16.

— Para los escolásticos, cualquiera de los manuales citados en la bibliografía del artículo

NEOESCOLÁSTICA.
— Para Descartes: Les passions de l’âme, I, 17.
— Para Leibniz: Monadologie, §§ 14-15.
—Para Locke, Essay, II, 21.
— Entre las obras de Charles Spearman mencionamos: The Nature of Intelligence and the Principies of Cognition, 1923.
— The Abilities of Man: their Natu re and Measurement, 1927. — Psychology down the Ages, 2 vols., 1937.
— Entre los autores que han culti vado el «análisis factorial» menciona mos: G. H. Thomson, The Factorial Analysis of Human Ability, 1946; y L. L. Thurnstone, Multiple Factor Analysis: A Development and Expan sion of the Vectors of Mind, 1947.
— Acerca de la discusión aludida al fi nal del artículo véase Mariano Yela, Psicología de las aptitudes. El análisis factorial y las funciones del alma, 1960.
— Del mismo autor, «L’analyse factorielle et la psychologie des facul tés», Revue philosophique de Louvain, LX (1962), 254-70.
Sobre el problema de las facultades véanse: Juan Zaragüeta, «El problema de la clasificación de las facultades del alma», Revista de Filosofía [Madrid] (1942), 7-45.
— S.Terán, «Notas sobre la realidad de las facultades del alma», Ortodoxia (1944), 167-263.