Modelos de identificación. Identidad y consumo.
Por: Sergio Alejandro Balardini

Las nuevas tecnologías reorganizan la sociedad. Y lo hacen vertiginosamente. La influencia de los medios de comunicación audiovisuales es enorme. De un modo inédito, imponen una presencia avasalladora frente a las dinámicas de ayer. En cada acto, aparece el mensaje. Investirse de una marca, de una imagen, permite cierto reaseguro, da una ubicación, un lugar, una posición desde la cual mirar, mirarse y ser mirado.

Y, junto al advenimiento masivo de las pantallas, se privilegia una nueva arquitectura de modelos, que, por definición, deben dar bien, o sea, tener buena imagen. Modelarse una buena imagen, virtual casi, evanescente, ocupa el lecho de la identidad. Y, en esta movida, de paso, se adjudica el status de «objeto».

Aparecen en esta época nuevas exigencias sociales: la belleza corporal, el cuidado del cuerpo, la moda de la exhibición. En esta película en donde la persona queda reducida a su aparecer físico, es decir, no integral, serán habituales las dificultades para establecer vínculos satisfactorios, o sea, integros y plenos. Tal la presencia omnipotente de la dimensión narcísica, que el otro se reduce en su aparición a la necesidad de confirmar nuestra imagen.

No en vano, y no es juego de palabras, las modelos se han convertido en modelos de identificación para muchas adolescentes. Valeria Mazza, Déborah Del Corral, Dolores Barreiro, son modelos «modelos». Incluso se ha visto por allí, en el límite del buen gusto, un afiche publicitario de una nueva cerveza cuyo nombre es «Modelo» y cuya imagen es una niña de unos 12 años vestida para matar. Casi paradigmáticamente, aquí se dan cita en forma concurrente: la imagen, el consumo, la adolescente, el desafío del sexo próximo. Deberíamos agradecer algo tan obvio.

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Pero volviendo al tema de la imagen y el cuerpo, no podemos ignorar la creciente presencia de síntomas de bulimia y/o anorexia en las jóvenes (también varones). Los trastornos en la alimentación que se hacen fuertes en una época en que se introyectan demandas poco racionales de delgadez que hasta llegan a comprometer la vida de famosas modelos, como pudimos ver el año que pasó. Claramente, no olvidamos no singularidad de cada sujeto, pero afirmamos que las características de cada sociedad, de cada tiempo, poseen la fuerza necesaria para sesgar las neurosis, bañando los aparatos psíquicos con significados y sentidos epocales. No hay patologías sin historia del sujeto, pero tampoco sin historia social.

Insistimos, nuevos valores, o si esta palabra queda grande, nuevos demandas sociales: tener un cuerpo bien trabajado, ser fuertes, bellos, poderosos. El énfasis puesto en triunfar y en ser exitoso. Claro que para muchos, si se trata de ganar, poco importan los medios y hasta el otro se convierte en un medio, se lo instrumentaliza. Hace un par de años se vio una publicidad en que un padre le decía a su hijo que no debía verlo perder y el año último, surgió la polémica por la campaña de Nike, que traía estos consejos: «Trata a tu enemigo con respeto. Aplástalo rápidamente» y «Nunca son suficientes los clavos que puedas poner en el ataúd de tu enemigo».

Y así y todo, si se los consulta, los jóvenes afirman no tener modelos, ya que no saben en qué y quién creer. Ya Kornblit, en un trabajo realizado con adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires y del Gran Buenos Aires en 1988, se encontró con que la mitad de los adolescentes de la muestra estudiada (300 casos) deshechaban como modelo de identificación a los adultos pertenecientes a sus ámbitos cotidianos inmediatos, mostrando un nivel de escepticismo y de falta de credibilidad entonces alarmente. En consonancia con aquel estudio, en 1989, en una encuesta realizada por la Comisión Nacional de la Pastoral de Juventud, entre jóvenes de 16 a 28 años, frente a la pregunta sobre «modelo a imitar», 305 encuestados no respondieron a la misma, cifra equivalente al 26% de los encuestados, lo que llama poderosamente la atención por lo preciso y poco vago de la pregunta. Además, el 8% expresaba en forma explícita no «tener modelos a imitar». Sabemos que esta situación no ha mutado en lo sustancial, todo lo contrario.

Y, ante este panorama, los adolescentes se repliegan en la familia, en la que dice creer la mayoría, frente al descreimiento masivo en las instituciones (iglesia -la de mejor pobre imagen-, partidos políticos, sindicatos, justicia, legisladores, fuerzas armadas y, obviamente, la policía). Cuando lo joven es tomado por la sociedad como modelo de deseo, los jóvenes tienen dificultades en hallar modelos.

En efecto, podemos afirmar que en este fin de milenio, los adolescentes enfrentan un período histórico crecientemente conflictivo en el que integrarse creativa y constructivamente a la sociedad, lugar que se les exige pero que no se les facilita. En donde, ante la ausencia de externidades valorativas se estimula a la «juventud» como valor en sí mismo, dimensión narcisista que da de bruces ante los hechos, mostrando su raíz ilusoria, alimentando frustraciones y generando un sentimiento de inseguridad ante las crecientes dificultades de inserción.