El hombre utiliza los signos (del latín “signum”) lingüísticos para comunicarse, que son construcciones culturales arbitrarias, que reemplazan a cosas reales, por medio de expresiones que se hablan y escriben y que de común acuerdo tienen el mismo significado que el objeto que les sirve de referente y por ello el sujeto al leerlas o escucharlas, puede formarse sobre ese signo una imagen mental que coincide con el objeto referente. El significante alude entonces a la realidad sensible y el significado es aquello que se produce en nuestra mente, lo inteligible, la idea.

Están integrados por unidades menores sin significación en sí mismos (fonemas) pero que combinados con otros fonemas forman los monemas o palabras, con significado propio.

La lengua comenzó a concebirse como un sistema de signos a partir del nacimiento de la gramática estructural representada por Saussure, pues antes no se concebía al sistema lingüístico como una estructura, sino en su evolución histórica. Sausure considera a la Lingüística como una pare de la Semiología, ciencia que trata de los signos en general, siendo el signo lingüístico un elemento abstracto e inmaterial, que se origina en el instante en que un determinado concepto es asociado en el cerebro con la correspondiente imagen acústica.

Por lo tanto, para este autor, la relación no ocurre entre la cosa y su denominación, sino entre un concepto y una imagen acústica, que es lineal, o sea que se va desarrollando uno tras el otro, y no pueden coexistir sin oposición entre ellos, pues cada uno es diferente del resto, pero interdependientes entre sí. La concepción tradicional consideraba que los signos eran ilimitados y su aparición y desaparición no afectaba al resto.

El lingüista Louis Hjelmslev, de origen danés elaboró una teoría llamada Glosemática, que privilegia la forma sobre el contenido, y explicita las intuiciones profundas de Saussure, explicando al signo lingüístico como el que resulta de la unión entre una forma expresiva y una forma de contenido.

Desde su Concepción Filosófica
Su tratamiento implica una multitud de cuestiones que abarcan la lógica, la teoría del conocimiento y aun la metafísica.

Tal pensaron los estoicos, quienes desarrollaron ampliamente la teoría de los signos. Los escépticos consideraron asimismo como especialmente importante el problema de los signos. Recogiendo las doctrinas de Enesidemo, Sexto el Empírico advierte, al enfrentarse con las teorías que llama «dogmáticas» acerca de los signos, que los objetos son para ellas pre-evidentes o no-evidentes.

A su vez, los no evidentes pueden dividirse en absolutamente no evidentes, ocasionalmente no evidentes y naturalmente no evidentes. Ahora bien, sólo los pre-evidentes o aprehendidos inmediatamente y los absolutamente no evidentes o no aprehendidos en absoluto requieren un signo.

En cambio, requieren signos sugestivos ( ίιπομνηστιχ,ά ) los objetos ocasionalmente no evidentes, y signos indicativos (ενδεικτικά ) los objetos naturalmente no evidentes.

El signo sugestivo es aquel que, estando asociado mentalmente con la cosa designada de un modo claro en el momento de su percepción, nos sugiere (aun cuando tal cosa permanezca no evidente) la cosa asociada con él ν no percibida en el mismo momento. Tal el humo cuando denota el fuego.

El signo indicativo es aquel que no está claramente asociado con la cosa significada, pero que representa un signo o señal de ella por su propia naturaleza. Tales los movimientos corporales en tanto que signos del alma. Por eso el juicio indicativo es un juicio antecedente en un silogismo hipotético (Hyp. pyrr., II, 97-103).

Esta última es, por lo demás, la definición más clásica de signo; se trataría de una «proposición antecedente en una premisa mayor hipotética válida que sirve para revelar la consecuente».

Aunque Sexto rechaza, por supuesto, esta teoría a base de una crítica escéptica del juicio y a base de mostrar que el signo no puede ser ni sensible ni inteligible y que, por lo tanto, no existe (Acto, math., II, 275), sus análisis proporcionaron una importante información para la comprensión de lo que hemos llamado la doctrina clásica. Ésta predominó en la filosofía medieval, donde el signo era definido generalmente como vox articulata ad significandum instituto.

En la lógica, el signo era lo que se llamaba vulgarmente término, pero el signo podía ser entendido en varios sentidos. Podía ser un signo que representase la cosa designada. Podía ser un signo que condujera al conocimiento por medio de una similitudo. Podía ser también un signo que condujera al conocimiento de otra cosa mediante otra conexión distinta. La mayor o menor naturaleza representativa del signo dependía, naturalmente, de la correspondiente concepción de los universales.

Así, por ejemplo, Santo Tomás definía el signo, signum, del modo ya indicado antes, como algo institutum ad aliquid significandum, y también como aquello per quod aliquis devenit in cognitionem alterius (Cfr. sobre todo S. iheol., III, q. LX, 4 c).

En cambio, Guillermo de Occam consideraba el signo como aquello que siendo aprehendido puede hacer pensar en algo anteriormente conocido (como el efecto, que se dice ser signo de la causa) y, más específicamente, como aquello que puede hacer pensar en algo y puede servirle de sustituto en una proposición, y todo lo que puede estar compuesto, como en la proposición, de signos de esta clase (Cfr. sobre todo, Summa Logicae, I, c. 1).

Estas dos últimas definiciones del signo son propias de la tendencia llamada «nominalista». Los llamados «racionalistas» modernos se ocuparon de los signos sobre todo como elementos capaces de constituir una doctrina universal de signos que puedan referirse a todas las ideas que pueda albergar un espíritu humano. Así ocurre con Descartes (Carta a Mersenne, del 20-XI-1629; A. T., I, pág. 80).

Para Leibniz, el signo es un elemento de una scientia univcrsalis o de una mathesis universalis (Gerhardt, Mathcmatische Schriftcn, VII, 203 y sigs.). En el mismo sentido se pronunciaron Wolff, con su tesis de una lingua ct scríptura universalis (Psychologia empírica, 1732, $§ 302- 4), y otros autores. En muchos casos los signos eran considciados como símbolos, y éstos eran estimados como los elementos conceptuales que correspondían a los elementos reales. En cambio, los pensadores ingleses de tendencia empirista y nominalista concibieron el signo de modos parecidos a los indicados antes en Occam.

Así, Hobbes define el signo como «el ante- SIG cedente evidente del consecuente, y a su vez, el consecuente del antecedente cuando se han observado antes consecuencias parecidas» (Leviathan, I, 3), de tal modo que el más experimentado es «el que posee más signos». Según Berkeley, el objeto inmediato de las ciencias son signos referidos a las cosas (Alciphron, VII, 13 y sigs.), ya que el verdadero fin de la ciencia, del asentimiento y aun de la fe no es mera o principalmente para este filósofo la adquisición de ideas, sino más bien algo de «naturaleza activa operativa que tiende a un bien concebido».

Locke da tal importancia a la teoría de los signos que hace de la Σημειωτική, junto a la física y a la práctica, una de las tres ciencias principales. La semiótica es, en rigor, una lógica, pues los signos más usuales son los verbales.

El uso instrumental de los signos es claramente defendido por Locke (Essay, IV, 21). En la llamada filosofía del sentido común, el signo aparece como algo que no ofrece similitud entre él y lo significado, limitándose a sugerir. Así sucede en Reíd, al dividir los signos en artificiales —en los cuales la sugestión es efecto del hábito— y naturales — en los cuales la sugestión se debe a la constitución original de nuestro espíritu (Inquiry, V, vii).

Los signos se clasifican, según Reíd, en tres tipos principales.

1. Los establecidos por naturaleza, pero descubiertos solamente por experiencia, como las causas naturales.

2. Los establecidos por naturaleza, pero descubiertos por un principio natural situado más acá del razonamiento y de la experiencia, como los signos naturales de los seres humanos pensantes.

3. Los que sugieren la cosa significada sin poder tener noción de ella, como la concepción del yo pensante. Es comprensible que la teoría de los signos fuese desarrollada sobre todo cuando «la filosofía del espíritu humano», que intentó unir en una sola disciplina los problemas de la lógica, de la gnoseología y aun de la metafísica, se impuso durante unas décadas. Es el caso de los sensualistas y de los ideólogos, quienes estimaban la doctrina de los signos como el verdadero arte de pensar, y la semiótica como la lógica.

Así, uno de los autores que más minuciosamente han tratado el problema, J. M. Dégérando (Des signes et de l’art de penscr considérées SIG dans leurs rapports mutuels, Año VII [1800], 4 v.), convierte la doctrina de los signos en doctrina de los conceptos, y divide los signos en excitadores y conductores.

Cada uno de estos tipos se subdivide en varias clases, y cuando un signe reúne las dos propiedades de la excitación y de la conducción, puede ser considerado bajo cuatro formas:

(1 ) como signo natural;

(2) como signo análogo;

(3) como signo figurado,

(4) corno signo arbitrario (op. cit., Vol. I, págs. 203 y siguientes).

Cierto que todos estos autores tienden a distinguir —como lo hacía ya Berkeley (New Theory of Vision, $ 144 y siguientes)— entre los signos constantes y los signos variables, siendo los primeros de la misma especie que la cosa representada y, por lo tanto, se inclinan a un realismo moderado de continuo velado por un declarado nominalismo. De hecho, la concepción del signo ha vacilado casi siempre, dentro del nominalismo moderno, entre el predominio de la vox y el predominio del sermo.

En el nominalismo moderado se trataba, desde luego, de un sermo. En el extremo, se ha tratado casi exclusivamente de una vox. Así ha ocurrido, por ejemplo, con la teoría instrumentalista de los signos que desarrolla Taine en De l’Intelligence, Los ejemplos anteriores están muy lejos de agotar las opiniones de los filósofos sobre el significado de ‘signo’.

Rudolf Haller (op. cit. en bibliografía) ha reproducido una copia de opiniones, de las que nos limitamos a mencionar, a guisa de ejemplo, dos menos conocidas que las anteriores, pero también interesantes. Una es la de J. Ch. Gottsched, un discípulo de Wolff, el cual escribe que «cuando se concluye de una cosa a otra, la primera se llama un signo y la segunda se llama lo designado (Erste Grande der gesamten Weltweisheit, 1734), opinión parecida a alguna de las antes descritas, pero que subraya con precisión el tipo de relación entre el signo y aquello de que es signo. J. H. Lambert escribe que el signo es «toda característica dada fácilmente a los sentidos por medio de la cual se da a conocer la existencia, la posibilidad, la realidad u otra propiedad, de una cosa», de suerte que tal característica nos permita ejecutar luego operaciones del entendimiento tales como la prueba y otras (Logische und philosophisclie Abhandlungen, 1782, ed. Bernoulli, I, Frag. 404 y sigs.).

Se trata, según indica Haller (op. ref. pág., 128) de un esfuerzo por «reducir la teoría de las cosas a teoría de los signos». El signo es un medio (un principium cognoscendi) por medio del cual «un ser pensante concluye a una cosa significada» (Anlage zur Architektonik oder Theorie des Einfachen und Ersten in der philosophischen und mathematischen Erkenntnis, 1771, Vol. II, 678). Por medio del signo «representamos conceptos y cosas» (Nenes Orgañón oder Cedanken über die Erforschung und Bezeichnung des Wahren und dessen Unterscheidung von Irrtum und Schein. III. Semiotik, $§ 23, 40).

Desde fines del siglo pasado hasta el presente encontramos numerosas teorías sobre la naturaleza y función de los signos. Así, por ejemplo, teorías convencionalistas del tipo de la de Vaihinger, y otras a las que nos referiremos luego. Se ha distinguido a veces entre la función simbólica (entre otras, enunciativa) de los signos, y la función emotiva. Las distintas teorías de que han hablado Ogden y Richards sobre los símbolos y a que nos hemos referido en el artículo SÍMBOLO Y SIMBOLISMO pueden aplicarse a una doctrina de los signos.

Los mencionados autores han intentado definir el signo como «un estímulo similar a alguna parte de un estímulo original y suficiente para hacer surgir el engrama impreso por aquel estí- mulo», entendiendo por ‘engrama* «una excitación similar a la causada por el estímulo original» (Tlie Meaning of Meaning, 1923, c. III [trad, esp.: El significado del significado, 1954]). El tránsito de la interpretación puramente simbólica a la interpretación psicológico-naturalista complica, por lo demás, el panorama contemporáneo.

Charles W. Morris ha señalado —en una doctrina muy ampliamente aceptada hoy— que el signo puede ser considerado como algo que sostiene tres tipos de relación: con otros signos, con objetos designados por el signo y con el sujeto que lo usa. El estudio de la primera forma de relación se llama sintaxis (v.); el de la segunda forma de relación, semántica (v.), el de la tercera, pragmática (v.).

El estudio· general de los signos es la semióti- SIG ca (ν.). Dada la importancia de los lenguajes (naturales y artificiales) es comprensible que las investigaciones semióticas (lógicas y no lógicas) hayan adqviirido una gran importancia en el pensamiento contemporáneo. Entre las doctrinas propuestas seleccionaremos cuatro, muy distintas entre sí, pero coincidentes en el papel central adscrito a la teoría de los signos.

Una de las doctrinas es la de Cassirer, el cual ha investigado el signo y el símbolo como elementos conducentes a una comprensión de la naturaleza humana, la cual es, según dicho autor, fundamentalmente simbólica, es decir, apta para el manejo de los signos.

Otra de las doctrinas es la de Peirce. Este autor ha dividido los signos en muchos tipos (en una ocasión propuso que hay 59.049 tipos de signos, debidos a las combinaciones entre 10 dicotomías y 66 clases; Cfr. Calléete a Papers, 1.291).

Entre las clasificaciones de tipos propuestas destaca la que comienza por considerar tres puntos de vista sobre los signos. Por un lado, los signos pueden serlo de sí mismos; por el otro, puede tener relación con el objeto; finalmente, pueden tener relación con el sujeto (o «interpretante»).

La ciencia que estudia los primeros es la gramática pura; la que se ocupa de los segundos es la lógica; la que trata de los últimos, la retó- rica pura (Coll. Pap., 2.288). Cada una de las clases mencionadas de signos se divide en varias subclases. Importante es sobre todo la clasificación de los signos que se relacionan con el objeto en tres tipos: los signos ¡cónicos o iconos (signos que poseerían el carácter que los haría significantes aun cuando su objeto no tuviese existencia); los índices (signos que perderían el carácter que los hace ser tales si su objeto fuera suprimido, pero no perderían tal carácter si no hubiese interpretador); y los símbolos (signos que perderían el carácter que los hace ser tales si no hubiese interpretador) (Cfr. art. «Sign» en J. M. Baldwin, Dictionary).

Puede advertirse que la clasificación de los signos según lo que hemos llamado «tres puntos de vista» es análoga a la luego difundida por Morris y otros autores. También se ha ocupado mucho de los signos Husserl, especialmente en sus investigaciones acerca SIG de la expresión y de la significación. Hay que distinguir, según el citado autor, entre signo (Zeíchen) y significación (Kuñdgabe). Estas distinciones son fundamentales.

Por ejemplo, Husserl indica que aun cuando ‘expresión’ y ‘signo’ se usan a veces como sinónimos, no siempre coinciden. Así, todo signo es signo de algo, pero no todo signo tiene una significación, un sentido expresado por el signo.

Más aun: en muchos casos no puede ni siquiera decirse que el signo designa aquello de lo cual es llamado signo. «Y aun en el caso de que este modo de hablar sea justo —prosigue Husserl—, hay que observar que designar no vale siempre tanto como aquel ‘significar’ que caracteriza las expresiones.

En efecto, los signos, en el sentido de indicaciones (señales, notas, distintivos, etc.), no expresan nada, a no ser que, además de la función indicativa, cumplan una función significativa.» Cuando observamos las expresiones de la conversación corriente, advertimos que el concepto de señal tiene mayor extensión que el de expresión, pero ello no quiere decir que constituya el género en lo que toca al contenido. «La significación no es una especie de la cual sea género el signo, en el sentido de señal» (Inv. lóg., trad. esp., Morente-Gaos, 1929, II, pág. 31). ‘Signo’ y ‘significación’ difieren, por lo cual no puede decirse simplemente que la significación es lo representado por un signo, el cual muchas veces se limita a indicar, pero no a significar.

Los signos pueden ser indicativos o señalativos y significativos. Estos últimos son las expresiones, pero la expresión no es tampoco la significación; esta última confiere sentido a la expresión y es cumplida a su vez por la efectuación intuitiva.

Las significaciones son los términos a que las expresiones apuntan y, al mismo tiempo, los términos que mentan sus efectuaciones intuitivas sin que estas últimas sean siempre posibles, pues las significaciones suelen ser mucho más extensas que las efectuaciones o cumplimientos. La significación es uno de los elementos del acto intencional concebido globalmente, pero no queda disuelto completamente en el acto más que cuando hay una adecuación absoluta entre la significación y lo significado, el objeto intencional.

De ahí que el conocimiento se haga posible sólo en tanto que aparecen significaciones como algo idéntico a través de las multiplicidades de los signos, y de ahí también que a través de su interpretación descriptivo-fenomenológica del fenómeno que relaciona un signo con el objeto a través de la significación, del cumplimiento intuitivo y del objeto intencional, dicho filósofo rechace tanto la idea de que el signo es arbitrario (nominalismo) como la suposición de que el signo surge de la cosa misma como su designación expresiva (realismo extremo).

Esta doctrina evitaría, por lo tanto, lo mismo que muchas corrientes contemporá- neas se han esforzado por dilucidar: la mala simbolización debida a una «situación significativa ambigua». Sin embargo, el análisis husserliano no es admitido por todos los filósofos actuales. Desde luego, la mayor parte de ellos reconocen que no se perciben directamente las significaciones y, menos aun, lo significado, sino el signo por el cual lo significado adquiere una significación. Pero otros rechazan la posibilidad de que ciertos objetos —como los colores— sean susceptibles de esta significación. Las tendencias «analíticas» no admiten, a su vez, la citada doctrina, por estimarla demasiado adscrita a un «realismo».

Es lo que sucede con Carnap. Este autor ha propuesto una distinción entre signos lógicos (por ejemplo, los usados en la notación simbólica) y signos descriptivos (o designaciones de designata). Carnap distingue también entre signos-acontecimientos y signos-ideas. La palabra «letra», dice Carnap, es ambigua.

Puede usarse en dos sentidos: 1) Hay dos letras V en la quinta palabra de la frase anterior; la segunda letra Y en esta palabra es una terminación plural. 2) La letra Y está dos veces en la palabra ‘sentidos’.

«La letra Y es en muchos casos usada como una terminación plural.» Así, pues, mientras en 1) decimos «muchas letras Y», en 2) decimos «la letra Y «, indicando, así, que sólo hay una. Lo primero es el signoacontecimiento; lo segundo es el signo-idea. Por su lado, Reichenbach se- ñala la existencia de tres tipos de signos, ya reconocidos por Peirce: los signos-índices, que adquieren su función mediante una conexión causal (el humo como signo del fuego); los signos ¡cónicos, debidos a la similaridad del signo con lo significado (como la fotografía en tanto que signo del objeto fotografiado) y los signos convencionales o símbolos, en los cuales la coordinación del signo con el objeto es determinada mediante reglas, las llamadas reglas del lenguaje.

Fuentes Narativas:
1ra parte: Definición en DeConceptos.com
2da Parte: José Ferrater Mora