“Más vale estar sordo que oír esto!”. Elijo dejar de oír, decido aislarme de los demás. Sintiéndome fácilmente rechazado, me “tapo los oídos” porque ya no quiero estar molestado. Sin saber a veces qué contestar, me hago el sordo. Tengo miedo de estar manipulado y no acepto la crítica, no quiero entrar en razón.

Por lo tanto creando esta barrera, me aíslo cada vez más, me obstino a no oír. Sin embargo, lo quiera o no, el tiempo hace que los problemas no resueltos de mi vida vuelvan todos un día y que deberé enfrentarme a ellos. Tendría interés en “prestar el oído” y escuchar mi voz interior que es la mejor consejera de mi vida.

El acto más bello de amor que pueda hacer es abrir mi corazón. Acepto oír los mensajes y me abro a los demás.

Si soy sordo por una razón congénita o si perdí el oído durante mi pequeña infancia y que no pude aprender a hablar, entonces dirán de mí que soy un sordo – mudo. Mi grado de audición puede variar sin embargo de 0% a 30%. En mi experiencia de vida, es cierto que hay cosas que no quería oír, y es lo que me lleva a vivir esta situación.

Para aclarar lo que no quería oír, puedo investigar cerca de mis padres y más especialmente cerca de mi madre para encontrar lo que ella no quería oír. Puede ser una situación en la cual se hubiese dicho a sí – misma: “Ya no quiero oír hablar de esto”, mientras me llevaba.

Soy responsable de lo que me sucede y si esto me afectó es porque, yo también, tenía algo que comprender. Tomo consciencia de esta situación y desarrollo cada vez más el oído interior que me permitirá disfrutar de las alegrías de la vida y me permitirá desarrollarme con la gente que me rodea.