El cerebro racional radica principalmente en la corteza pre-frontal, la parte más anterior del lóbulo frontal del cerebro, que alcanza su mayor desarrollo en la especie humana. Esta corteza, en conjunción con el resto del cerebro, es necesaria para la llamada memoria de trabajo, un tipo de memoria consciente y explícita implicada en el razonamiento, la resolución de problemas, la toma de decisiones y la planificación del futuro. La parte de la corteza pre-frontal más específicamente implicada en el razonamiento es la corteza prefrontal dorsolateral, bien conectada con el resto del neocórtex y con otras áreas del cerebro como el hipocampo, implicado en la formación de la memoria; el tálamo, implicado en el procesamiento sensorial; o los ganglios basales, relacionados con hábitos motores y cognitivos.

Otra región importante de la corteza pre-frontal es la corteza ventrolateral, que incluye la corteza orbitofrontal y recibe información de la amígdala y de muchas regiones de la corteza cerebral y el tronco del encéfalo. A su vez, esa corteza envía información a la amígdala, a la corteza pre-frontal dorsolateral y a otras muchas regiones del cerebro. Estas conexiones anatómicas convierten a las cortezas ventrolateral y orbitofrontal en una especie de puente o interfase funcional entre los cerebros emocional y racional y sus correspondientes procesos. De ese modo, la corteza ventromedial hace posible que las respuestas emocionales y los sentimientos que generan señalen enfática y vigorosamente en la mente el valor de las situaciones percibidas por el cerebro racional. Permite, por tanto, marcar o catalogar recompensas y castigos asociados a situaciones. El neurólogo Antonio Damasio se ha referido a ello como la teoría de los marcadores somáticos.

Cuanto más diáfano y consistente sea el marcaje o catalogación emocional de un estímulo o situación más claro tendrán los sujetos los comportamientos o respuestas frente a los mismos, algo especialmente importante sobre todo en situaciones conflictivas. Gracias a la corteza orbitofrontal somos igualmente capaces de anticipar emocionalmente las representaciones del valor positivo o negativo de las diferentes opciones que estemos considerando cuando afrontamos controversias o tomamos decisiones. O lo que es lo mismo, la corteza orbitofrontal permite llevar a nuestro razonamiento consciente el valor o significado de las ventajas e inconvenientes asociados a las diferentes opciones que consideremos, lo que nos ayuda a decisiones acertadas o convenientes.

La corteza orbitofrontal ejerce un control inhibitorio sobre la amígdala, es decir, puede desactivarla o modificar su actividad, y es por tanto capaz de reducir la respuesta emocional negativa o incluso de originar una respuesta emocional diferente e incompatible con la que no deseamos. Eso mismo ocurre, como han mostrado algunos experimentos de neuroimágenes de resonancia magnética, cuando utilizando la razón conseguimos valorar de un modo diferente una situación que nos angustia.

No obstante, la capacidad de regulación emocional depende mucho de cada sujeto, particularmente cuando se trata de atenuar las emociones negativas. Las personas que cuando están relajadas tienen mucha actividad en la corteza prefrontal reaccionan con poca fuerza en situaciones aversivas, lo que podría indicar que tienen una mayor capacidad para regular sus respuestas emocionales desde la razón. Igualmente, las personas que tienen tendencia a cavilar sobre las situaciones emocionales tienen también más capacidad para revaluar las situaciones y modificar la respuesta de su amígdala.

Pero además, todo aquello que nos emociona queda registrado de un modo consistente en nuestra memoria. Un ejemplo común es el recuerdo de cómo y dónde recibimos la noticia del ataque terrorista a las torres gemelas de Nueva York. Mucha gente lo explica con detalle. Ello es posible porque, como vimos anteriormente, la reacción emocional que desencadena la impactante noticia activa los circuitos cerebrales implicados en la memoria haciendo que ésta se forme de un modo consistente y duradero. Las hormonas liberadas a la sangre por las glándulas suprarrenales como parte de la misma reacción emocional contribuyen a ello, pues la adrenalina activando a la amígdala a través del nervio vago, y el cortisol activando directamente a la amígdala, hacen que esta última active a su vez al hipocampo y otros circuitos corticales críticamente implicados en la formación de la memoria. La emoción, pues, actúa también como un sistema energético que «calienta el horno donde se cuecen» y forman las memorias.

En su editorial del número de septiembre de 2007, dedicado a las emociones, la revista Nature Neuroscience afirmaba:

«La calidad de vida de un individuo depende de su capacidad para sentir las emociones de forma adecuada y para regularlas en respuesta a las circunstancias estresantes».

Ciertamente, así es, pero, ¿en qué consiste sentir las emociones de forma adecuada?

Mi opinión es que no consiste tanto en la represión o el control de las propias emociones como en el encaje o acoplamiento entre nuestras emociones y nuestro razonamiento, es decir, en el equilibrio entre ambos procesos mentales. Cuando ese equilibrio no existe porque dominan los sentimientos, el pensamiento racional puede convertirse en una voz de la conciencia que no nos deja vivir, como le ocurre al cónyuge infiel o a quien triunfa plagiando. Por el contrario, cuando domina la razón, los sentimientos pueden castigarnos del mismo o peor modo. Es el caso de quien elige la carrera profesional o la pareja sexual que supuestamente le conviene en lugar de la que verdaderamente le motiva. Se ha observado que en esas o semejantes circunstancias está particularmente activada la corteza cingulada anterior, una región del cerebro medial que, entre otras funciones, podría actuar como una especie de alarma del desequilibrio emoción/razón. En tales circunstancias no nos sentimos bien hasta que, reflexionando sobre el asunto que nos ocupa, logramos convencernos a nosotros mismos de que nuestro sentimiento es aceptable porque tiene una base racional. O hasta que, igualmente razonando sobre ello, generamos una nueva emoción ajustada a nuestra lógica que suplanta el sentimiento perturbador e indeseable.

Para conseguir el equilibrio emocional, que no es otra cosa que el equilibrio emoción/razón, utilizamos principalmente la razón porque sobre ella tenemos un control mucho más directo que sobre nuestras emociones. La organización funcional de nuestro cerebro permite que la capacidad de razonar esté en buena medida a nuestro alcance, mientras que, por razones evolutivamente prácticas, la emoción se nos impone, sin que podamos evitarla o controlarla con facilidad. La razón, en definitiva, sirve para gestionar convenientemente nuestras emociones, haciendo que las expresemos de forma adecuada y generando nuevos sentimientos que suplanten a los indeseables. En esa buena gestión consiste precisamente la llamada inteligencia emocional. Emoción y razón son, por tanto, procesos mucho más inseparables de lo que solemos creer. No podemos convertirnos en seres que anulan o aparcan sus sentimientos. Solo la inmadurez cerebral o la enfermedad pueden originar seres o comportamientos puramente emotivos o puramente racionales y solo el equilibrio emoción-razón garantiza el bienestar de las personas.

MORGADO BERNAL, I. (2011). Emociones e inteligencia social: las claves para una alianza entre los sentimientos y la razón. Barcelona: Ariel. Reproducido con fines estríctamente académicos.