En todo proceso de mentoring el mentorizado vive una experiencia, antes de iniciarlo, durante el mismo y despues de terminarlo declara el Dr Fabián Sorrentino en su entrenamiento para Mentores.

Una experiencia en la que se realizan declaraciones, se abren espacios de vulnerabilidad, se desatan emociones, se generan reflexiones, se producen dudas y bloqueos, se activan estados motivacionales por encima de lo habitual, se generan conversaciones… de posibilidad y de no posibilidad.

Esta experiencia pasa por distintos niveles de intensidad afectando las relaciones, el proceso, y los resultados.

Para que un proceso de mentoring sea una experiencia plenamente satisfactoria, gratificante y beneficiosa, no basta con llevar a cabo todas las acciones y fases según la metodología, realizar las sesiones, los desafíos… es imprescindible que el mentor y quienes lideran, tengan en cuenta las necesidades emocionales, y de otro tipo, que se experimenten en el proceso.

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Diseñar un programa de mentoring requiere de empatía al máximo nivel, ponerse en el lugar del otro, imaginar como puede vivir él todo el proceso en cada una de sus fases, cómo lo siente, qué experimenta, qué pasa por las cabezas de todos los participantes. Requiere de anticiparse a las necesidades y saber darles respuesta inmediata cuando surjan.

En el diseño de un programa de mentoring y en la planificación del proceso, hay que incluir siempre la experiencia del mentorizado. El mentorizado es el eje de práctica, sin estar alineados con él todo el proceso carece de sentido.

Pensemos por un momento en lo que se conversa cuando sabe que ha sido elegido por su organización para participar en el programa de mentoring: qué expectativas se desatan, qué miedos, qué preguntas, ¿por qué a mi? ¿qué significa que me hayan elegido? ¿qué se espera de mi? ¿quien será mi mentor/a? ¿me entenderé con él o ella? ¿cuánto tiempo me va a requerir? ¿podré asumirlo?.

Todo ello da lugar a que inicien el programa llenos de dudas, volcándolas en las primeras sesiones, desaprovechando las mismas en preguntas a sus mentores/as que podrían estar previamente despejadas, y colocándo a los mentores en un rol que no les corresponde.

Si al diseñar el programa nos ponemos en la piel del mentorizado (realizando un diálogo apreciativo previo al comienzo) podremos obtener una información valiosísima para implementar en el diseño de acciones dirigidas a despejar todas estas inquietudes previas: la Incertidumbre que genera el desconocimiento de la experiencia por ser algo totalmente nuevo, que no se sabe en qué consiste, cual es el papel a desempeñar, lo que se va a obtener. Miedo a las posibles consecuencias derivadas de que no funcione la relación con el mentor, o el proceso, y cómo le pueden afectar. Ansiedad por el tiempo que puede acarrear la participación en el programa, conflicto con otros roles profesionales, con sus líderes, sus familiares o amigos.

El diálogo apreciativo es también una herramienta muy útil para la formacion de mentores/as pues les permite acometer su rol centrándose en la visión y perspectivas del mentorizado.

Un proceso de mentoring tiene como último objetivo crear valor para el mentorizado, que suponga un antes y un despues en su vida y en su carrera, que se produzca un aprendizaje significativo, y que todo ello redunde en la organización a la que pertenece.

Fuente: por María Luisa de Miguel | Alquimia Coach | Mar 15, 2016