El concepto de inteligencia ha sufrido variaciones en función de los cambios sociales, científicos y culturales ocurridos a lo largo de la historia adquiriendo nuevos significados, connotaciones y matices.

En la antigüedad al hablar de una persona inteligente se hacía referencia a aquella de destacaba por su sabiduría. Sabio era aquel que tenía muchos conocimientos, la mayoría de ellos prácticos, sobre las leyes, las relaciones humanas, oficios o actividades diversas de la sociedad en la que vivía.

Esa sabiduría era fruto de la experiencia y del cúmulo de conocimientos adquiridos con el paso del tiempo por tanto, cualquier persona anciana era respetada y venerada porque se la consideraba sabia. Los ancianos tenían el conocimiento necesario para el desarrollo social ya que eran los que conocían las antiguas tradiciones y las directrices adecuadas para que tanto gobernantes, religiosos o simples aprendices de oficios pudieran contribuir a dicho desarrollo.

La evolución de las sociedades y la ampliación del conocimiento

La ampliación de los saberes hizo que se fuera perfilando un concepto de inteligencia más específico y concreto. La ampliación de los conocimientos favoreció la especialización y las personas comenzaron a considerarse “expertas” en diferentes materias.

Por su parte, las sociedades más avanzadas para mantenerse y sobrevivir necesitaban protegerse mediante unos patrones sociales y étnicos basados en unos sistemas de creencias establecidos y cerrados con una estructura fuertemente jerarquizada (Riart y Soler, 2004).

El concepto de inteligencia estaba, por tanto, muy relacionado con la supervivencia del grupo y se consideraba inteligente y superior a los demás a la persona (noble, señor, etc) que tenía la capacidad y habilidad para aunar o reunir a la colectividad y mejor podía hacer avanzar la comunidad.

De este modo, la persona inteligente, considerada superior era el noble, el señor, etc., que cumplía estos requisitos.

“Así vemos que en las sociedades tradicionales, la inteligencia implica habilidad para mantener los vínculos sociales de la comunidad. En una sociedad que depende probablemente de la cooperación de muchos individuos para cubrir necesidades tan básicas como la comida y el abrigo, tiene un significado eminente que los que pueden garantizar esta cooperación sean considerados inteligentes” (Gardner, 1999, p. 246).

En el siglo XVI y posteriores, con el desarrollo industrial y de las sociedades, el conocimiento se extendió a un sector más extenso de la población y la inteligencia quedó vinculada a las habilidades para aportar conocimientos relacionados con el ámbito lingüístico (leer, escribir, recopilar conocimientos en textos, etc) y el lógico-matemático (contar, el cálculo de compras y ventas, etc relacionadas con el comercio).

Por tanto, se consideraba que una persona era inteligente en la medida que dominaba saberes y conocimientos en continua expansión relacionados con el uso de la razón, la deducción, la aplicación de leyes lógicas y otros aspectos importantes para la evolución, desarrollo y supervivencia de la sociedad en la que vivía.

“Podemos deducir que en aquellos tiempos se identificaba la inteligencia con un tipo de razonamiento lógico y argumentativo y separada de otras cualidades que hoy en día implicamos en el ser inteligente y que entonces no se vinculaban, por ejemplo, a la capacidad de gobernar (mandar, dirigir) a la de predicar (comunicar, transmitir) o a la de ser virtuoso (ética)” (Riart, 2002, p. 9).

Esto nos hace ver que el concepto de inteligencia siempre ha estado vinculado a la supervivencia y el desarrollo de la sociedad; primero, los ancianos que con sus conocimientos prácticos eran inteligentes porque aseguraban la reproducción y mantenimiento de los patrones sociales del grupo garantizando su supervivencia y, posteriormente, se consideró inteligente a la persona que tenía las habilidades necesarias (leer, escribir, negociar) capaces de hacer evolucionar y avanzar la sociedad en la que vivían asegurando su desarrollo y supervivencia.
Pero no fue hasta finales del siglo XIX cuando se iniciaron los primeros estudios sobre la inteligencia.

¿Quiénes abordaron el concepto?

Broca (1824-1880) cirujano francés estudió la inteligencia a partir de la medición del cráneo humano y sus características. Sus investigaciones contribuyeron de manera decisiva a la comprensión de las causas de la afasia localizando el área del lenguaje en el cerebro.

Galton (1822-1911) analizó la variabilidad humana estudiando las diferencias psicológicas en la inteligencia de las personas y la importancia de la herencia en la inteligencia. Elaboró un marco teórico para su estudio impulsando el empleo de métodos cuantitativos y creó un conjunto de instrumentos de medición de las facultades humanas.

Wundt (1832-1920) estudió los procesos mentales mediante la introspección intentando medir y tratar experimentalmente los procesos subyacentes en la actividad mental. Realizó estudios empíricos sobre la inteligencia, el rendimiento y la importancia de la herencia en la capacidad mental.

El siglo XX se inicia con el estudio científico de la inteligencia en base a su medición para establecer predicciones sobre el fututo rendimiento académico y profesional de las personas. Posteriormente, como veremos más adelante, esta postura iría cambiando para ir integrando y considerando otros aspectos relacionados con el procesamiento de la información, el contexto, la cultura, etc.

Binet (1857-1911), psicólogo interesado en los niños y la educación, junto con su colaborador Simon, durante la primera década del siglo XX, en
respuesta a una demanda del Ministerio de Educación francés diseñó el primer test de inteligencia con el propósito de predecir el rendimiento académico de alumnos con riesgo de fracaso escolar (Binet y Simon, 1911). Para él la inteligencia supone tener juicio, sentido práctico, iniciativa y facultad para adaptarse a las circunstancias cambiantes del ambiente, por tanto, supone dirección, adaptación y sentido crítico (Binet y Simon, 1916).

En 1912 Stern propuso medir lo que él denominó “Cociente de Inteligencia” (CI), es decir, la proporción entre la edad mental y la edad cronológica multiplicada por 100 (Coll, Palacios y Marchesi, 2005).

En la década de los años veinte y treinta las pruebas de inteligencia se extendieron por Estados Unidos y psicómetras estadounidenses entre ellos Terman y Yerkes prepararon versiones para poder ser aplicadas con facilidad a grupos de personas.

Así, a mediados de los años veinte, tal y como destaca Gardner (2001), las pruebas de inteligencia se aplicaban con mucha frecuencia en las prácticas educativas tanto de Estados Unidos como de Europa Occidental.

Pero fue a principios del siglo XX cuando se planteó el debate y la reflexión de lo que se consideraba inteligencia tal y como se concibe actualmente en respuesta al uso y abuso de los tests.

En el simposio de 1921 publicado en la revista Journal of Educational Psychology (Sternberg y Berg, 2003) fue donde primero se debatió la naturaleza de la inteligencia y su medición. Se trató de determinar en qué medida ser inteligente era únicamente ser capaz de resolver unos tests de inteligencia o, por el contrario, había que considerar otros factores personales, educativos o contextuales.

Sesenta y cinco años más tarde, en 1986, Sternberg y Detterman organizaron con la revista Intelligence (Sternberg y Berg, 2003) otro simposio sobre la definición y medición de la inteligencia para conocer la evolución de las opiniones de expertos y las investigaciones sobre la materia desarrolladas a lo largo del tiempo.

En la obra coordinada por Sternberg y Detterman (2003) ¿Qué es la inteligencia? se exponen más de 50 definiciones distintas de inteligencia por parte de los expertos de reconocido prestigio que participaron en el mismo. De todos ellos cabe recordar la postura de Boring (1923) quien a principios de siglo definía la inteligencia como aquello que medían los test de inteligencia, posteriormente, otros autores en el extremo contrario han defendido la imposibilidad “lógica” de definir el término ya que debería considerarse como un concepto base de la teoría y, por tanto, indefinible.

Una comparación entre ambos simposios nos ayudará a comprender mejor la evolución del concepto a lo largo del siglo XX.

Tal y como señala Sternberg (1988) entre ambos simposios existe una correlación de 0.50 por lo que respecta a la naturaleza de la inteligencia, es decir, existen unas coincidencias moderadas en lo que respecta a qué se considera inteligencia entre los expertos que intervinieron en los distintos momentos.

El simposio de 1921 estaba integrado por expertos de la talla de Henmon, Terman, Thorndike, entre otros, y muchos de ellos pertenecientes fundamentalmente al área de psicología de la educación. Su campo de investigación se desarrollaba en torno a la problemática de los tests mentales, el genio, el retraso mental y sobre aspectos relativos a la alta y baja inteligencia. Por tanto, se centraban en los resultados de la inteligencia humana obtenidos a través de los tests y en la utilidad de los mismos como predictores del futuro rendimiento académico y profesional. Así, la inteligencia como constructo estaba muy ligada al campo de la psicología de la educación.

En el simposio de 1986 la composición de expertos que lo formaron fue más diversa ya que pertenecían a distintas especialidades dentro de la psicología: psicología educativa, cognitiva, transcultural, evolutiva, genética de la conducta, etc. Por tanto, el debate en este caso no se centró en la predicción sino en la compresión del campo del constructo de la inteligencia.

Así, la teoría y la investigación sobre la inteligencia amplió su campo a otras disciplinas y superó la simple consideración de la comprensión de la misma a través de la predicción para comenzar a tratar aspectos como el posible cambio de su naturaleza a causa del desarrollo, de las diferencias culturales, la importancia del contexto, etc.

Por otro lado, el debate sobre la amplitud de su definición y sobre la unicidad frente a la multiplicidad de la misma fue igualmente abordado en ambos, aunque todavía el problema sigue sin resolverse.
Igualmente, los investigadores no llegaron a un acuerdo sobre la importancia que había que conceder, desde la teoría y la investigación, a las manifestaciones fisiológicas de la inteligencia con relación a las conductas, y a la importancia del proceso y del producto en su definición.

En el segundo simposio adquirió una mayor relevancia e importancia el tema de la metacognición y los enfoques de la inteligencia como procesamiento de la información. Estos expertos insistieron en mayor medida en el papel del contexto y de la cultura en la definición de inteligencia.
De este modo, en la actualidad el estudio de la inteligencia se sitúa en un contexto social más amplio considerando las implicaciones sociales y transculturales que tienen los modelos de funcionamiento intelectual.

La inteligencia, como señala Detterman, “Es un atributo de los individuos socialmente importante y, para bien o para mal, la percepción de este atributo tiene importantes consecuencias sobre el modo como la sociedad trata a las personas. Hay un interés creciente por comprender la importancia social de la inteligencia, no sólo por su impacto sobre la política social, sino también por su importancia teórica. Una teoría completa de la inteligencia tendrá que especificar la interacción entre inteligencia y contexto social.” (Detterman, 2003, pp. 197-198).

Por tanto, como conclusión podemos decir que el estudio de la inteligencia ha evolucionado desde una mayor atención en cuestiones psicométricas a principios del siglo XX, hacia un mayor interés, en la actualidad, por el procesamiento de la información y por el contexto cultural y las interacciones entre ambos.

Ahora es menos importante la predicción de la conducta a través de los tests que la comprensión misma de la conducta que debe preceder a la predicción, valga la redundancia.

Los problemas relativos a la naturaleza de la inteligencia siguen prácticamente sin resolverse aunque las investigaciones y las teorías que la abordan han desarrollado sus trabajos hacia el estudio de las bases cognitivas y culturales de las puntuaciones de los tests.

Como hemos analizado, el proceso evolutivo del concepto de inteligencia a lo largo del siglo XX es extenso. Una manera para poder abordarlo es tratarlo agrupando las distintas posiciones sobre el tema en tres grandes perspectivas, concepciones o corrientes del pensamiento, cada una de las cuales adquiere una importancia distinta a medida que avanza el tiempo. Son las perspectivas factorial, cognitiva y genética.

Ahora haremos referencia, a grandes rasgos, a los principios y fundamentos de cada una, si bien será en el apartado siguiente donde desarrollaremos con mayor detalle cada enfoque y las teorías actuales para una mayor comprensión de sus aportaciones.

La perspectiva factorial.

Desde esta perspectiva se interpreta la inteligencia como una multiplicidad de aptitudes distribuidas en niveles, es decir, como un conjunto más o menos minucioso y extenso de capacidades, habilidades o actividades diversas.

La mayoría de los autores (Carrol, 1993; Guilford, 1986; Yela, 1987, 1995; Spearman, 1927) presentan los factores en forma de estructura jerárquica, así Carrol (1993) determina un factor general más o menos unitario, Spearman (1927) en base al Factor G (general), o con factores independientes como Guilford (1986), o en bloques separados pero que interactúan entre sí como propone Eysenck (1982).

Por tanto, dentro de este enfoque podemos hallar teorías monofactoriales, que defienden la existencia de una única capacidad intelectual, o factor general de inteligencia (g), implicada en una gran diversidad de situaciones, y teorías plurifactoriales, que asumen que la inteligencia está compuesta por varias aptitudes, capacidades o factores independientes que actúan según la tarea con la que se enfrenta el sujeto.

Spearman es considerado uno de los mayores teóricos dentro del campo de la Psicología de la inteligencia ya que diseñó el procedimiento llamado análisis factorial y elaboró su teoría bifactorial de la inteligencia y las subteorías explicativas de la cognición. Estableció en qué consiste el factor general de inteligencia “g” y a través de él explicó las diferencias individuales referidas a la capacidad mental (Spearman, 1927).

Carrol (1993) diseñó su teoría a partir del llamado Sistema de los tres estratos basado en una estructura jerárquica de la inteligencia en tres niveles:
• en el primer nivel sitúa la inteligencia general o factor “g”,

• en el segundo nivel se distinguirían diversos factores como:
inteligencia fluida, inteligencia cristalizada, aptitud general de memoria y aprendizaje, percepción visual o aptitud visoespacial, recepción auditiva, capacidad de recuperación,? velocidad cognitiva,  velocidad de toma de decisiones y velocidad motriz, y

• en un tercer factor se situarían factores más específicos.
Por tanto, su teoría toma aspectos de la teoría de Spearman (1927) y de la de Cattell (1971, 1987) pero desde una perspectiva más amplia y abarcadora introduciendo diferentes procesos y habilidades implícitos en el procesamiento de la información.

Dentro del grupo de las plurifactoriales se pueden distinguir dos perspectivas: las que consideran que los distintos factores que componen la inteligencia tienen la misma importancia y se ubican en el mismo nivel (teorías oligárquicas) y las que establecen categorías entre las diversas aptitudes, asignando a unas más importancia que a otras (teorías jerárquicas).

Algunos ejemplos de ambas teorías son:
• el modelo de Thurstone (Beltrán y Pérez, 1996; Thurstone, 1938) que considera que la inteligencia está integrada por siete factores o aptitudes mentales:
Comprensión verbal, fluidez verbal, factor numérico, aptitud espacial, memoria mecánica, rapidez perceptiva, y razonamiento inductivo.

Para él cualquier factor que exista ha de ser considerado de segundo orden, según la correlación que tenga con las habilidades mentales primarias.

• Para Guilford (1986) existen múltiples factores para explicar la inteligencia. Define la inteligencia mediante tres componentes:

  • Operaciones, consideradas como las habilidades requeridas para adquirir y elaborar la información,
  • Contenidos, referidos a los modos diferentes de percibir y aprender
  • Productos, resultados de aplicar una determinada operación mental para adquirir un aprendizaje, distingue hasta ciento veinte posibles habilidades al combinar cada una de las cinco operaciones y procesos psicológicos básicos (evaluación, producción convergente, producción divergente, memoria y conocimiento), con cada uno de los seis productos o formas en las que se puede presentar la información (unidades, clases, relaciones, sistemas, transformaciones y deducciones), y con cada uno de los cuatro contenidos o tipos de datos (figurativo, semántico, simbólico y conductual) con los que se realizan las operaciones.

• Por su parte, Vernon (1982) plantea una organización jerárquica por niveles presidida por la inteligencia general (inducción, deducción y razonamiento abstracto), o “factor g”, que se subdivide en dos factores principales: aptitud verbal y práctica. Éstos a su vez se subdividen en subfactores que, en el caso de la aptitud verbal son:
V: comprensión verbal,
W: fluidez verbal,
F: rapidez de razonamiento, y
N: fluidez numérica,

En el caso de la aptitud práctica son:

M: memoria,
K: inteligencia espacial,
I: información mecánica, y
H: habilidad manual.

En el siguiente nivel cada uno de los subfactores se concretan en factores específicos, considerados por Vernon de escasa importancia (Pérez, 1995).

En la actualidad el enfoque factorial cobra fuerza junto con una base más neurológica ya que presenta la inteligencia como una creciente complicación e interrelación de factores u operaciones mentales simples.

Aunque reconocer la existencia de diversos factores o aptitudes en la estructura de la inteligencia está presente en los modelos jerárquicos, la idea de varias inteligencias es central en la perspectiva cognitiva.

La perspectiva cognitiva.

Desde esta perspectiva se hace mayor hincapié en el modo en que se procesa la información y se tratan de analizar los procesos cognitivos aplicados en la resolución de las tareas en las que se implica la conducta inteligente.
Entiende la inteligencia como un proceso estructurado por componentes.

Dentro de las teorías cognitivas cabe destacar dos: la Teoría Triárquica de la inteligencia de Sternberg (1985) y la Teoría de las Inteligencias Múltiples de Gardner (1999).

Sternberg (1985) establece que la inteligencia está formada por tres componentes:
• el análisis, • la creatividad, y • la aplicación, que originan tres modalidades de inteligencia con sus procesos y sus leyes específicas y por tanto, tres maneras de pensar: pensamiento analítico, creativo y práctico danto lugar a lo que él denomina “Inteligencia Exitosa” (Sternberg, 1997). Un análisis más detallado de la misma aparece en el apartado siguiente por ser una de las teorías de máxima actualidad en el estudio de la inteligencia.
Gardner (1999) con su teoría de las Inteligencias Múltiples considera que la inteligencia es un potencial biopsicológico, con un estrato neuronal determinado que, con la carga innata y el aprendizaje en un contexto determinado, se modula en tipos de inteligencias. Como veremos en el apartado siguiente, y a lo largo de la presente investigación, propone la existencia de siete tipos de inteligencia que posteriormente ampliará a ocho.

Otra modalidad dentro de esta perspectiva es la que aportan Kaufman y Kaufman (1997) que consideran la inteligencia como un estilo individual de resolver problemas y procesar la información. Propone un modelo de procesamiento de la información en espiral creciente donde considerando como base los circuitos neuronales y la acumulación de conocimientos, los nuevos estímulos, relaciones y conexiones sedimentan y crean nuevas estructuras neuronales que, a su vez, transmiten nuevas combinaciones que con nuevas llegadas de información reinician el proceso de crecimiento intelectual.

La propuesta de Feuerstein y Ben-Sachar (1993) habla de inteligencia no como un producto estático, hecho y acabado sino como algo en desarrollo, en constante construcción activa por parte del individuo. Por tanto se sitúa en un enfoque más estrictamente cognitivo. Toma la consideración de la concepción dinámica de la inteligencia de Piaget (1978) y Vygotski (1929, 1934 / 1979, 1981) como algo en construcción, que se puede mejorar y modificar (Marín, 1987).

La perspectiva genética.

Tal y como señalan Riart y Soler (2004), la perspectiva genética es la que concibe la inteligencia como el resultado de una compleja y creciente organización de estructuras neuronales-cerebrales durante un largo proceso evolutivo cósmico, físico-químico, biológico, psicosomático, social, cultural e histórico.

La inteligencia, para autores como el fisiólogo Mora (1995, 1996, 2001, 2002), el psicólogo Damasio (1996) o el informático Kurzweil (1999) es considerada como un estricto proceso evolutivo y neurológico del cerebro. Desde una postura dualista autores como el neurólogo Eccles (1965, 1992) consideran que hace falta un acto explícito de creación para entender la inteligencia.

Desde el campo de la neurología estos autores coinciden en que la mente es el cerebro funcionando y, por tanto, los actos inteligentes son producidos por conexiones y descargas eléctricas de determinados sistemas neuronales.
Kurzweil (1999) considera que esta nueva forma de inteligencia se basa en sistemas informáticos que serán imitadores o estarán integrados en sistemas neuronales como el humano.

Actualmente estas tres perspectivas (factorial, cognitiva y genética) prevalecen, si bien cualquier definición de inteligencia debe de tener en cuenta los hallazgos de la neurociencia.

Por tanto, podemos decir que en la actualidad todas las corrientes de pensamiento del siglo XXI convergen en una propuesta de línea neurológica pero con diversidad de matices (Riart y Soler, 2004).

Así, el ya citado Kurzweil (1999) centrado en la línea de la inteligencia artificial, destaca la importancia de los ordenadores como máquinas inteligentes.

“A principios del siglo XXI surgirá una nueva forma de inteligencia sobre la tierra que competirá con la inteligencia humana y que la superará significativamente” (Kurzweil, 1999, p. 19 ).
Otros autores contemporáneos como Marina (1993, 2005) aportan su concepción y abordan la discusión sobre la importancia de la inteligencia artificial frente a la inteligencia humana.
Marina (2005) define la inteligencia como “La capacidad de un sujeto para dirigir su comportamiento, utilizando la información captada, aprendida, elaborada y producida por él mismo” (p. 16).
En otro sentido, argumenta que:

“Esta inteligencia general, compartida por máquinas y hombres, es en todo caso, lo que se ha denominado “inteligencia computacional”. La inteligencia humana no es el resultado de un añadido específico a un género, es una transfiguración completa del nivel computacional. No es diferente que el soporte de operaciones lógicas sea el cerebro o una aglomeración de “superchips” . El ser humano se cansa, siente dolor y placer, ha de proponerse metas en las cuales claudicará o perseverará, ha de gestionarse las limitaciones e inventar nuevas capacidades, atender o automatizar, construirse la inteligencia o luchar contra el olvido. Todas las operaciones mentales son transformadas por la autodeterminación. La inteligencia humana es una realidad emergente. Se fundamenta en la inteligencia computacional y acaba organizándola, controlándola y dirigiéndola” (Marina, 1993, p. 246).

Por otro lado, en la actualidad existe una corriente centrada en los descubrimientos del cerebro relacionados con las emociones y los sentimientos; es la denominada Inteligencia Emocional.

Dentro de esta corriente unos de los primeros autores en abordar el concepto fueron Salovey y Mayer (1990) al considerar los procesos neurológicos de la zona límbica del cerebro y su influencia sobre los procesos discursivos de la zona cortical. Ellos entienden la inteligencia emocional como un tipo de inteligencia social en la que se incluyen las habilidades de supervisar y entender las emociones propias y las de los demás, discriminar entre ellas y usar la información para guiar el pensamiento y las acciones de uno.

Otro de los autores relevantes en el tema es Goleman (1988) que define la inteligencia emocional como la capacidad de reconocer los propios sentimientos y los ajenos, de motivarlos y de manejar bien las emociones en nosotros mismos y en las relaciones.
Estos autores (Goleman, 1988; Salovey y Mayer, 1990) defienden no sólo los aspectos emocionales de los procesos racionales, sino también que la racionalidad es contemplada como una serie de habilidades emocionales regidas por el sistema límbico y formuladas como autoconciencia.

A partir de este enfoque, en la actualidad se está desarrollando una fuerte corriente de trabajo y reflexión para potenciar la parte emocional de la inteligencia a través de programas para su educación en las escuelas (Bisquerra, 2000; GROP, 1998).
Con todo esto, tal y como señala Gardner (2001), la inteligencia como constructo a definir y como capacidad a medir ha dejado de ser propiedad exclusiva de un grupo concreto de especialistas (psicólogos) que la contemplan desde una limitada perspectiva psicométrica. Especialistas desde el campo de la biología, la física o la matemática, entre otros, contribuyen en la actualidad en su definición y utilización.

Por otro lado, todas estas líneas de pensamiento desarrolladas a lo largo de la historia sobre la inteligencia tienen puntos de coincidencia que se pueden concretar en:
• todas consideran la inteligencia vinculada al cerebro,
• en general, consideran que la inteligencia admite grados y las diferencias estarían determinadas según los elementos de comparación; por ejemplo, la diferencia podría ser pequeña si
comparamos dos personas y muy grande si comparamos una persona con un animal, etc.,
• todas coinciden en que la inteligencia tiene facetas y realizaciones diversas; es decir, se puede ser muy inteligente en un campo y poco en otros,
• la inteligencia puede ser muy racional o muy emocional,
• todas consideran que ser inteligente es ser consciente de uno mismo, frente a la consideración de la “inteligencia” de los animales,
• todas coinciden en que la mente, considerando el acto mental, el pensamiento y el conocimiento, es la expresión de la inteligencia humana en cinco grandes aspectos:
? la capacidad de establecer relaciones empáticas,
? la conciencia del paso del tiempo (pasado y futuro),
? la conciencia de uno mismo, de sus emociones y la introspección,
? la capacidad para la resolución de problemas, la toma de decisiones y la reflexión, y
? la capacidad de control del comportamiento y las emociones.

Analicemos pues, los diversos enfoques teóricos en los que se agrupan las distintas perspectivas y cómo, desde cada uno de ellos, se aborda la inteligencia.

Tesis Doctoral de Nieves Gomis Selva. Universidad de Alicante. Republicada a efectos puramente académicos.