En general se suele identificar el afecto con la emoción, pero, en realidad, son fenómenos muy distintos aunque, sin duda, están relacionados entre sí. Mientras que la emoción es una respuesta individual interna que informa de las probabilidades de supervivencia que ofrece cada situación el afecto es un proceso de interacción social entre dos o más organismos.

Del uso que hacemos de la palabra ‘afecto’ en la vida cotidiana, se puede inferir que el afecto es algo que puede darse a otro. Decimos que «damos afecto» o que «recibimos afecto». Así, parece que el afecto debe ser algo que se puede proporcionar y recibir. Por el contrario, las emociones ni se dan ni se quitan, sólo se experimentan en uno mismo. Las emociones describen y valoran el estado de bienestar (probabilidad de supervivencia) en el que nos encontramos.

Solemos describir nuestro estado emocional a través de expresiones como «me siento cansado» o «siento una gran alegría», mientras que describimos los procesos afectivos como «me da cariño» o «le doy mucha seguridad». En general, no decimos «me da emoción» o «me da sentimiento» y sí decimos «me da afecto». Además, cuando utilizamos la palabra ‘emoción’ en relación con otra persona, entonces decimos «fulanito me emociona» o «fulanito me produce tal o cual emoción». En ambos casos, se alude básicamente a un proceso interno más que a una transmisión. Parece que una diferencia fundamental entre emoción y afecto es que la emoción es algo que se produce dentro del organismo, mientras que el afecto es algo que fluye y se traslada de una persona a otra.

A diferencia de las emociones, el afecto es algo que puede almacenarse (acumularse). Utilizamos, por ejemplo, la expresión «cargar baterías» en vacaciones, para referirnos a la mejoría de nuestra disposición para atender a nuestros hijos, amigos, clientes, alumnos, compañeros, etc. Lo que significa que en determinadas circunstancias, almacenamos una mayor capacidad de afecto que podemos dar a los demás. Parece que el afecto es un fenómeno como la masa o la energía, que puede almacenarse y trasladarse.

Por otra parte, nuestra experiencia nos enseña que dar afecto es algo que requiere esfuerzo. Cuidar, ayudar, comprender, etc., a otra persona no puede realizarse sin esfuerzo. A veces, no nos damos cuenta de este esfuerzo. Por ejemplo, la ilusión de una nueva relación no nos deja ver el esfuerzo que realizamos para agradar al otro y para proporcionarle bienestar. Pero, en la mayoría de los casos, todos experimentamos el esfuerzo más o menos intenso que realizamos para proporcionar bienestar al otro.

Por ejemplo, cuidar a alguien que está enfermo requiere un esfuerzo y es una forma de proporcionar afecto. Tratar de comprender los problemas de otro es un esfuerzo y es otra forma de dar afecto. Tratar de agradar a otro, respetar su libertad, alegrarle con un regalo, etc., son acciones que requieren un esfuerzo y todas ellas son formas distintas de proporcionar afecto.

Ahora bien, a pesar de las diferencias, el afecto está íntimamente ligado a las emociones, ya que pueden utilizarse términos semejantes para expresar una emoción o un afecto. Así decimos: «me siento muy seguro» (emoción) o bien «me da muchaseguridad» (afecto). Parece, pues, que designamos el afecto recibido por la emoción particular que nos produce.

Por último, todos estamos de acuerdo en que el afecto es algo esencial en los humanos. No oiremos ninguna opinión que niegue la necesidad de afecto que todos los seres humanos tenemos. En este sentido, todos tenemos la sensación que la especie humana necesita una gran cantidad de afecto contrariamente a otras especies, como los gatos o las serpientes. Esta necesidad se acentúa al máximo en ciertas circunstancias, por ejemplo, en la infancia y en la enfermedad.

En resumen, nuestro conocimiento del afecto nos permite señalar algunas características claras:
– El afecto es algo que fluye entre las personas, algo que se da y se recibe.
– Proporcionar afecto es algo que requiere esfuerzo
– El afecto es algo esencial para la especie humana, en especial en la niñez y en la enfermedad.

Un aporte de M.P. González, E. Barrull, C. Pons y P. Marteles, 1998