Heráclito de Éfeso 535 a.C. – 470 a.C.

Pocos datos nos han quedado acerca de la vida de uno de los filósofos más importantes del mundo antiguo, especulándose sobre su origen real o aristocrático. Debido a su despreció hacia la vida política, se retiró a las montañas donde dedicó su vida a la meditación. Su filosofía se estructura en que la realidad consiste en un devenir, no en un ser, en la variabilidad. El origen de este movimiento continuo es el fuego al igual que el fuego es origen y fin de todas las cosas. El movimiento y el fuego serán los promotores del ritmo en que se funda el orden y la razón del mundo. Considera que «la guerra es el padre de todas las cosas» ya que la constante lucha entre tierra, aire, agua y fuego son el origen de los elementos. La guerra provoca el movimiento y el movimiento las cosas.

(Éfeso, hoy desaparecida, actual Turquía, h. 540 a.C.-Éfeso, id., h. 470 a.C.) Filósofo griego. Muy poco se sabe de la biografía de Heráclito de Éfeso, apodado el Oscuro por el carácter enigmático que revistió a menudo su estilo, como testimonia un buen número de los fragmentos conservados de sus enseñanzas.

Las enseñanzas de Heráclito, según Diógenes Laercio, quedaron recogidas en una obra titulada De la naturaleza, que trataba del universo, la política y la teología aunque probablemente esta subdivisión la introdujera una compilación alejandrina de los textos de Heráclito, pero lo que ha llegado hasta nosotros de su doctrina se encuentra en forma fragmentaria y sus fuentes son citas, referencias y comentarios de otros autores.

Algunos de estos fragmentos presentan, sin embargo, la apariencia de aforismos completos, lo cual apoya la idea de que su estilo de pensamiento fue oracular. Ello ha dado pie, incluso, a formular la hipótesis de que Heráclito no escribió, en realidad, ningún texto, sino que sus enseñanzas fueron exclusivamente orales, y que fueron sus discípulos los encargados de reunir lo esencial de ellas en forma de sentencias.

Sea como fuere, la oscuridad de Heráclito ha quedado caricaturizada en la leyenda acerca de su muerte: enfermo de hidropesía, preguntaba enigmáticamente a los médicos si podrían de la lluvia hacer sequía; como ellos no lo entendiesen, se enterró en estiércol en la suposición de que el calor de éste absorbería las humedades, con el resultado de que aceleró el fatal desenlace. De creer a Diógenes Laercio, la causa de la afección habría sido su retiro en el monte, donde se alimentaba de hierbas, movido por su misantropía.

El desprecio de Heráclito por el común de los mortales concordaría con sus orígenes, pues parece cierto que procedía de una antigua familia aristocrática, así como que sus ideas políticas fueron contrarias a la democracia de corte ateniense y formó, quizá, parte del reducido grupo, integrado por nobles principalmente, que simpatizaba con el rey persa Darío, a cuyos dominios pertenecía Éfeso por entonces, contra la voluntad de la mayoría de sus ciudadanos. A estos últimos, en cualquier caso, no debió de apreciarlos en demasía, y Heráclito los colmó de improperios cuando expulsaron de la ciudad a su amigo Hermodoro.

Legado
La obra de Heráclito es netamente aforística. Su estilo remite a las sentencias del oráculo de Delfos y reproduce la realidad ambigua y confusa que explica, usando el oxímoron y la antítesis para dar idea de la misma. Diógenes Laercio (en Vidas…, IX 1–3, 6–7, 16) le atribuye un libro titulado Sobre la naturaleza (περὶ φύσεως), que estaba dividido en tres secciones: «Cosmológica», «Política» y «Teológica». No se posee mayor certeza sobre este libro. El primer estudioso en proponer un ordenamiento de los fragmentos fue P. Schuster (1873),3 poniendo a la cabeza de todos el que posteriormente fue dispuesto como B56 (Diels-Kranz) y que refiere la adivinanza que unos niños plantearon a Homero, y que éste, «el más sabio de todos los griegos», como lo pinta Heráclito (véase más abajo), no supo resolver. Ingram Bywater en 1877 hizo un reacomodo de los fragmentos conforme a la indicación de Laercio, traducido al español por José Gaos. Es curioso que Bywater no considera importante el fragmento que Schuster pone a la cabeza de todos, y no lo incluye en su propia ordenación. Agustín García Calvo reconstruye la posible estructura del libro en su edición de los fragmentos del mismo, titulada Razón común. Distingue tres apartados: «Razón general», «Razón política» y «Razón teológica».

Heráclito afirma que el fundamento de todo está en el cambio incesante. El ente deviene y todo se transforma en un proceso de continuo nacimiento y destrucción al que nada escapa.

Es común incluir a Heráclito entre los primeros filósofos físicos (φυσικοί, como los llamó Aristóteles), que pensaban que el mundo procedía de un principio natural (como el agua para Tales de Mileto, el aire para Anaxímenes y el ápeiron para Anaximandro), y este error de clasificación se debe a que, para Heráclito, este principio es el fuego, lo cual no debe leerse en un sentido literal, pues es una metáfora como, a su vez, lo eran para Tales y Anaxímenes. El principio del fuego refiere al movimiento y cambio constante en el que se encuentra el mundo. Esta permanente movilidad se fundamenta en una estructura de contrarios. La contradicción está en el origen de todas las cosas.

Todo este fluir está regido por una ley que él denomina Λόγος (Logos). Este Logos no sólo rige el devenir del mundo, sino que le habla (indica, da signos, fragmento B93DK) al hombre, aunque la mayoría de las personas «no sabe escuchar ni hablar» (fragmento B73DK). El orden real coincide con el orden de la razón, una «armonía invisible, mejor que la visible» (B54DK), aunque Heráclito se lamenta de que la mayoría de las personas viva relegada a su propio mundo, incapaces de ver el real. Si bien Heráclito no desprecia el uso de los sentidos (como Platón) y los cree indispensables para comprender la realidad, sostiene que con ellos no basta y que es igualmente necesario el uso de la inteligencia, como afirma en el siguiente e importante fragmento:

Se engañan los hombres  acerca del conocimiento de las cosas manifiestas, de la misma manera que Homero, que fue [considerado] el más sabio de todos los griegos. A él, en efecto, unos niños que mataban piojos lo engañaron, diciéndole: ‘cuantos vimos y atrapamos, tantos dejamos; cuantos ni vimos ni atrapamos, tantos llevamos’.
en Hermann Diels-Walther Kranz, Fragmente der Vorsokratiker, 22 B56
Al uso de los sentidos y de la inteligencia, hay que agregarle una actitud crítica e indagadora. La mera acumulación de saberes no forma al verdadero sabio, porque para Heráclito lo sabio es «uno y una sola cosa», esto es, la teoría de los opuestos. Quizás el fragmento más conocido de su obra dice:

ποταμοῖς τοῖς αὐτοῖς ἐμβαίνομεν τε καὶ οὐκ ἐμβαίνομεν, εἶμεν τε καὶ οὐκ εἶμεν τε.
En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos.

El fragmento (citado con frecuencia erróneamente como no se puede entrar dos veces en el mismo río, siguiendo a la versión que da Platón en el Crátilo) ejemplifica la doctrina heraclítea del cambio: el río —que no deja de ser el mismo río— ha cambiado sin embargo casi por completo, así como el bañista. Si bien una parte del río fluye y cambia, hay otra (el cauce, que también debe interpretarse y no tomarse en un sentido literal) que es relativamente permanente y que es la que guía el movimiento del agua. Algunos autores ven en el cauce del río el logos que «todo rige», la medida universal que ordena el cosmos, y en el agua del río, el fuego. A primera vista esto puede parecer contradictorio, pero debe recordarse que Heráclito sostiene que los opuestos no se contradicen sino que forman una unidad armónica (pero no estática). Es razonable, entonces, que la otra cara del agua sea el fuego, como él mismo lo adelanta en sus fragmentos.

A pesar que existen ciertas similitudes entre Heráclito y Parménides de Elea, las doctrinas de ambos siempre han sido contrapuestas (con cierto margen de error), ya que la del primero suele ser llamada «del devenir» o (con cierto equívoco) «del todo fluye», mientras que el ser parmenídeo es presentado como una esfera estática e inmóvil.

Era conocido como «el Oscuro», por su expresión lapidaria y enigmática. Ha pasado a la historia como el modelo de la afirmación del devenir. Su filosofía se basa en la tesis del flujo universal de los seres: «Panta rei» (πάντα ρεῖ), todo fluye. El devenir está animado por el conflicto: «La guerra (pólemos) es el padre de todas las cosas», una contienda que es al mismo tiempo armonía, no en el sentido de una mera relación numérica, como en los pitagóricos, sino en el de un ajuste de fuerzas contrapuestas, como las que mantienen tensa la cuerda de un arco. Para Heráclito el arjé es el fuego, en el que hay que ver la mejor expresión simbólica de los dos pilares de la filosofía de Heráclito: el devenir perpetuo y la lucha de opuestos, pues el fuego sólo se mantiene consumiendo y destruyendo, y constantemente cambia de materia. Ahora bien, el devenir no es irracional, ya que el logos, la razón universal, lo rige: «Todo surge conforme a medida y conforme a medida se extingue». El hombre puede descubrir este logos en su propio interior, pues el logos es común e inmanente al hombre y a las cosas (la doctrina de Heráclito fue interpretada, olvidando esta afirmación del logos, en la filosofía inmediatamente posterior —sobre todo, en Platón— como una negación de la posibilidad del conocimiento: si nada es estable, se niega la posibilidad de un saber definitivo). De Heráclito es también la doctrina cosmológica del eterno retorno: la transformación universal tiene dos etapas que se suceden cíclicamente: una descendente por contracción o condensación, y otra ascendente por dilatación.

He aquí algunas frases de Heráclito:
«En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somoslos mismos» (citado erróneamente, debido a una obra de Platón, como «Ningún hombre puede bañarse dos veces en el mismo río»).
«La armonía invisible es mayor que la armonía visible».
«Ni aún recorriendo todo camino llegarás a encontrar los límites del alma; tan profundo logos tiene».
«Pero aunque el logos es común, casi todos viven como si tuvieran un inteligencia (φρόνησιν) particular».
«Conviene saber que la guerra es común a todas las cosas y que la justicia es discordia».
Heráclito reprocha al poeta que dijo: «¡Ojalá se extinguiera la discordia de entre los dioses y los hombres!», a lo que responde: «Pues no habría armonía si no hubiese agudo y grave, ni animales si no hubiera hembra y macho, que están en oposición mutua» (fragmento 9a Walzer = A 22 Diels-Kranz).

Compilado por: Ana Gonzalez 19/04/2016 00:49 am
Fuente: Wikipedia