Del latín luxus: ‘abundancia’, ‘exuberancia’), en el marco de la moral sexual, es el deseo sexual desordenado e incontrolable. Existe un sentido no sexual de la lujuria que se refiere a un deseo apasionado de algo. Lascivia, asimilable a lujuria, es el apetito o deseo excesivo de placeres sexuales.

Se entiende como la disposición activa a procurarse el deseo propio sin refrenos. Exige una disposición filosófica que valida su derecho a ocupar cualquier recurso, incluida la dominación y la violencia, para satisfacerse. Aparece como la más visible de las pasiones, pues no parece actuar un tabú contra ella, como es lo común a las demás pasiones. La persona lujuriosa parece no reprimirse, sino que se permite la intensidad de su deseo. No hay ni ley, ni regla ni moral que obedezca. Asociada a la lujuria se da un ansia de estímulo, de excitación, también impaciencia e impulsividad. A la persona no la contiene lo prohibido y lucha abiertamente por la satisfacción de sus deseos. Más aún, parte de su lujuria se manifiesta en el placer por la lucha. Incluso causar dolor a otro puede incorporarlo como fuente de placer. También el lujurioso puede exigirse el exceso de esfuerzo –que puede llegar al sufrimiento- a fin de conseguir satisfacción del deseo.

La lujuria, en contraposición con las conductas sexuales consideradas normales o aceptadas socialmente, es la exacerbación, desorden o falta de control de los deseos sexuales que se manifiesta en lo que podría calificarse como conducta sexual patológica.

La consideración legal, ética y moral de los comportamientos considerados lujuriosos tiene características personales y sociales. Así, hay que distinguir el comportamiento sexual humano que puede considerarse delito -según la legislación de distintos países- (como en general son la violación, pedofilia, parafilia e incesto y dependiendo de los países el adulterio, la prostitución o la pornografía, etc.), de aquellos comportamientos sexuales individuales o colectivos que pueden practicarse legalmente y pueden ser considerados inadecuados o lujuriosos por otros individuos.

lujuria4En general los comportamientos lujuriosos tienen la exacerbación y el descontrol sexual como característica fundamental que puede manifestarse en cualquier comportamiento sexual. Esto tiene su explicación en el hecho de que casi todo comportamiento que involucre estimulación sexual, dependiendo de su intensidad, genera un goce cuya magnitud difícilmente puede compararse con el goce generado por otras actividades, por lo que, bajo el supuesto de que se comprenda el funcionamiento del mecanismo que origina dicho goce, surge naturalmente (lo cual a su vez depende del grado de egoísmo del sujeto que experimenta el goce) el deseo de experimentar un goce igual, o a ser posible superior, mediante la repetición, constante o no, de dicho estímulo, siendo en consecuencia la codicia por dicho goce lo que impulsa o puede impulsar a abandonar la responsabilidad de controlarse en el ejercicio de la actividad sexual, en pos de prolongar el goce experimentado.

lujuria5En general la moral sexual religiosa es muy restrictiva en el comportamiento sexual humano considerado aceptable. Así califica muchas prácticas y comportamientos sexuales como desordeandos y lujuriosos. Sin embargo, muchas religiones tenían y tienen deidades de la lujuria -a veces del amor y la belleza-, sin que fueran moralmente reprobables.

La lujuria en la Iglesia católica
Para la Iglesia católica romana la lujuria es un pecado capital. En opinión de Alfonso Aguiló Pastrana, según escribe en su libro «Es razonable ser creyente»: La moral sexual sostiene que al igual que el uso inadecuado del alcohol conduce al alcoholismo, el uso inadecuado del sexo provoca también una dependencia y una sobreexcitación habitual que reducen la capacidad de amar. Y de manera semejante a como el paladar puede estragarse por el exceso de sabores fuertes o picantes, el gusto sexual estragado por lo erótico se hace cada vez más insensible, más ofuscado para percibir la belleza, menos capaz de sentimientos nobles y más ávido de sensaciones artificiosas, que con facilidad conducen a desviaciones extrañas o a aburrimientos mayúsculos. Sobrealimentar el instinto sexual lleva a un funcionamiento anárquico de la imaginación y de los deseos. Cuando una persona adquiere el hábito de dejarse arrastrar por los ojos, o por sus fantasías sexuales, su mente tendrá una carga de erotismo que disparará sus instintos y le dificultará conducir a buen puerto su capacidad de amar.

Aunque la clave de la ética no son las prohibiciones, tampoco puede obviarse que toda ética supone mandatos y prohibiciones. Cada prohibición custodia y asegura unos determinados valores, que de esa forma se protegen y se hacen más accesibles. Esas prohibiciones, si son acertadas, ensanchan los espacios de libertad de valores importantes para el hombre. Así sucede en cualquier ámbito moral o jurídico: proteger el derecho a la vida, a la propiedad, al medio ambiente, a la intimidad, etc., supone prohibiciones y obligaciones para uno mismo y para los demás; de lo contrario, todo quedaría en una ingenua e ineficaz manifestación de intenciones.

La moral no puede verse como una simple y fría normativa que coarta, y mucho menos como un mero código de pecados y obligaciones. Hay ciertamente prohibiciones y mandatos, pero se remiten a unos valores que así se protegen y fomentan. Las exigencias de la moral vigorizan a la persona, la aúpan a su desarrollo más pleno, a su más auténtica libertad.

La religión, además, sostiene que el deseo sexual no es malo de por sí. La lujuria –el mal uso del sexo– es una deformación de la legítima apetencia sexual humana, igual que el cáncer de hígado es una alteración del hígado, órgano que nada tiene de innoble. Confundir el deseo sexual con la lujuria sería como confundir un órgano con el tumor que lo está destruyendo. De la misma manera que un tumor destruye un órgano cuando sus propias células tienen un desarrollo ajeno a su función natural, puede decirse que la búsqueda del placer sexual fuera de sus leyes naturales produce una alteración en la función sexual natural del hombre.

lujuria1La lujuria en el Islám
El Islam, como el cristianismo, recomienda el matrimonio, donde únicamente pueden darse las relaciones sexuales. A diferencia del cristianismo no recomienda ni el monacato ni el celibato.7 Si las relaciones sexuales están prohibidas fuera del matrimonio, el Islám condena las relaciones prematrimoniales, considerándolas en todo caso adulterio (zina); también condena la masturbación. También condena la satisfacción de las relaciones entre personas del mismo sexo (homosexualidad y lesbianismo). El único camino aceptable fuera del matrimonio es la abstinencia o castidad; así, la lujuria se inscribiría en todos los comportamientos condenados -toda relación sexual fuera del matrimonio-.8

lujuria3La lujuria en el Hinduismo y Budismo
La lujuria puede incluirse en varias de las aflicciones o males causantes del dolor, al menos en la yoidad y el apego.9 En la filosofía hindú las aflicciones son las causas del dolor y miseria humanos. Se distinguen cinco:

La ignorancia

lujuria2Lujuria y revolución sexual
La revolución sexual desarrollada durante la segunda mitad del siglo XX en numerosos países del mundo occidental desafió los códigos tradicionales relacionados con la concepción de la moral sexual, el comportamiento sexual humano, y las relaciones sexuales. Los comportamientos sexuales anteriormente considerados condenables, no solamente por las religiones sino también socialmente, serán aceptados siempre que se produzcan con el consentimiento de los participantes y se cumpla la edad de consentimiento sexual. Desde este punto de vista la lujuria deja de ser considerada un desorden sexual si no incumple ninguna de los límites anteriormente indicados.

La revolución sexual supuso la igualdad entre los sexos y la generalización en el uso de métodos anticonceptivos que supuso una separación clara de reproducción y sexualidad. Muchos de los cambios revolucionarios en las normas sexuales de este período se han convertido con el paso de los años en normas aceptadas, legítimas y legales en el comportamiento sexual.10 La liberación sexual supuso la reivindicación y recuperación plena del cuerpo humano y su desnudez, de la sexualidad como parte integral de la condición humana individual y social cuestionando el papel tradicional de la mujer y por tanto del hombre y de la institución por excelencia, el matrimonio.

La revolución sexual ha propiciado la generalización de todo tipo de relaciones sexuales y la aceptación general de las relaciones sexuales prematrimoniales, el reconocimiento y normalización de la homosexualidad y otras formas de sexualidad. Asimismo se ha producido un aumento de las parejas de hecho -uniones sin matrimonio-, el retraso en la edad de contraer matrimonio, el reconocimiento igualitario de hijos fuera del matrimonio, uniones civiles y matrimonio entre personas del mismo sexo, así como la aparición de nuevos tipos de familias (familias monoparentales familias homoparentales).

Compilado por Fabián Sorrentino.