Tratamiento térmico que tiene por finalidad aumentar la dureza de los aceros. Consiste en un calentamiento a una temperatura comprendida entre 700 y 800 °C durante un tiempo suficiente para obtener el equilibrio estructural y en un posterior enfriamiento a una velocidad muy elevada (del orden de centenares de grados por segundo) correspondiendo con la superficie, el cual se obtiene normalmente por inmersión de la pieza en agua, aceite o baños especiales. Para cada acero existe una velocidad crítica de temple, es decir, una velocidad de enfriamiento por debajo de la cual el tratamiento no es completo.

Además de producir un gran endurecimiento, el temple genera asimismo en el material un estado de tensión interna y de fragilidad, por lo que la pieza, para poder ser utilizada, debe someterse a un posterior tratamiento de revenido. El conjunto de ambos tratamientos se designa también con el nombre de bonificación.

Entrendemos por templanza la virtud moral que regula la atracción por los placeres, y procura el equilibrio en el uso y disfrute de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la solidaridad.

La templanza es considerada una virtud especial en la mayoría de las clasificaciones de la ética tradicional. Aristóteles se ocupa de ella explícitamente. Santo Tomás<Tomás de Aquino la incluye como una de las cuatro virtudes morales cardinales, después de la prudencia, la justicia y la fortaleza; como toda virtud moral, se considera un justo medio entre dos extremos viciosos, en este caso la insensibilidad y la intemperancia.

El cristianismo se apoya en la Biblia para considerarla una de las virtudes cardinales: la persona templada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar ‘para seguir la pasión de su corazón’ (Si 5,2; cf 37, 27-31). La templanza es a menudo recordada en el Antiguo Testamento: ‘No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena’ (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada ‘moderación’ o ‘sobriedad’, tal como se afirma en la Carta Paulina ‘(debemos) vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo presente’ (Tt 2, 12).1 El cristianismo, al igual que la mayoría de las religiones y escuelas filosóficas, considera que la tendencia natural hacia el placer sensible que se observa en la comida, la bebida y el deleite sexual es en sí bueno, por ser la manifestación y el reflejo de fuerzas naturales muy potentes que actúan para la propia conservación, pero que corren el peligro de desordenarse y convertirse en energías destructoras. Dentro de esta visión común, hay diferencias importantes de matices, según cuánto peso se asigne a esta virtud en referencia a las otras, o cómo se juzguen los extremos a los que se opone: pueden contrastarse, por ejemplo, la doctrina católica oficial, que pone a esta virtud como la menos importante de las cuatro morales (cf. Suma Teológica, II-IIae C 141 A 8) con el catolicismo enseñado y vivido en algunas comunidades; o con el puritanismo. Y dentro de la filosofía moral antigua, se contraponen en este respecto el estoicismo con el epicureísmo.

La palabra templanza proviene del latín temperantia, en referencia a la moderación de la temperatura; en análogo sentido, el adjetivo templado se aplica al medio entre lo cálido y lo frío, y también a lo que mantiene cierto tipo de equilibrio, cohesión o armonía interna. De aquí también el adjetivo destemplado, como descompuesto o desarreglado, sin moderación o equilibrio. En cambio, y contra lo que suele creerse, la palabra no tiene ninguna relación etimológica con la palabra templo.

Compilado por Fabián Sorrentino – miércoles, 15 de agosto de 2012, 12:02