Esta nota forma parte de la secuencia de artículos sobre la Conciencia y aunque no fefleja nuestra forma plena de pensamiento, es clave para comprender el abordaje científico desde la visión transpersonal.

Fuente: Bernardo González Venegas.

Introducción
Nacido en 1949 en la ciudad de Oklahoma, Ken Wilber vivió en muchos lugares durante sus años de escuela ya que su padre trabajaba para la fuerza aérea. Terminó sus estudios secundarios en Lincoln, Nebraska y comenzó la carrera de medicina en la Duke University. Durante el primer año de estudios comenzó a leer psicología y filosofía tanto de oriente como de occidente. Perdiendo interés por la medicina, regresó a Nebraska para estudiar bioquímica. Luego de algunos años se aleja del mundo académico para dedicarse totalmente al estudio independiente y a escribir sus propios libros.

Con 16 libros sobre espiritualidad y ciencia traducidos en varios idiomas y publicados en veinte países, Wilber es hoy en día el autor académico más traducido de los Estados Unidos. Es reconocido como un importante representante de la psicología transpersonal, corriente que emerge hacia fines de los años sesenta a partir de la psicología humanista y que se relaciona fundamentalmente con la inclusión de la dimensión espiritual del ser humano. Por la profundidad y originalidad de su pensamiento ha sido llamado «el Albert Einstein de la Conciencia».

Su primer obra «El espectro de la conciencia» publicado en 1977 estableció su reputación como un pensador original que busca integrar las psicologías de Oriente y Occidente. En 1979 publica «Conciencia sin fronteras» obra que compendia sus trabajos y se ha convertido en su libro más conocido. En 1980 escribe «El Proyecto Atman» proponiendo un interesante enfoque dentro de la psicología evolutiva. En 1981 con «Desde el Edén» expresa su pensamiento en relación a la historia de la cultura.

En su trabajo reciente, especialmente en los tres volúmenes de «Sexo, Ecología y Espiritualidad» (1995), ha criticado aspectos de la cultura occidental, además de movimientos como el «New Age». Según su opinión, ninguno de estos alcanza la profundidad y detallada naturaleza de la filosofía perenne, el concepto de realidad que subyace al corazón de las principales religiones y que constituyen la base de todos sus escritos. Este trabajo fundamental en su obra ha sido sintetizado en «Breve historia de todas las cosas» publicado en 1996. En su trabajo más personal titulado «Gracia y Coraje», publicado en 1992, Wiber cuenta su relación con su segunda esposa, Treya, quien murió de cáncer en 1989. De entre las obras de Wilber siendo 22 el número de publicaciones hasta hoy, estas son a juicio del autor de este artículo, las más representativas. Actualmente vive en Boulder, Colorado.

En una entrevista para la radio local de Boulder, Colorado, Wilber expone los 7 puntos que el considera más importantes de la filosofía perenne:

El Espíritu existe.
El Espíritu está dentro de nosotros.
A pesar de ello, la mayor parte de nosotros vivimos en un mundo de ignorancia, separación y dualidad, en un estado de caída ilusorio, y no nos percatamos de ese Espíritu interno.
Hay una salida para ese estado de caída, de error o de ilusión; hay un Camino que conduce a la Liberación.
Si seguimos ese camino hasta el final llegaremos a un Renacimiento, a una Liberación Suprema.
Esa experiencia marca el final de la ignorancia básica y el sufrimiento.
El final del sufrimiento conduce a una acción social amorosa y compasiva hacia todos los seres sensibles.
La vía para llegar a dicha Liberación, según este punto de vista, se encuentra en el desarrollo espiritual y la búsqueda de este representa un papel importante en los procesos motivacionales, tanto históricos como personales de la humanidad.

Existen cuatro estadios o fases del desarrollo espiritual, la creencia, la fe, la experiencia directa y la adaptación permanente; es decir; uno puede creer en el Espíritu, uno puede tener fe en el Espíritu, uno puede experimentar directamente el Espíritu y uno puede devenir Espíritu. La creencia es el primer (y por lo tanto el más común) de los estadios del desarrollo espiritual. La creencia requiere imágenes, símbolos y conceptos y, en consecuencia, suele originarse en el nivel mental. Pero el desarrollo de la mente atraviesa distintas fases -mágica, mítica, racional y visión-lógica-, cada una de las cuales sirve de fundamento a un tipo (y a un estadio) de creencia religiosa o espiritual.

La Spiritual Science Research Foundation grafica ese desarrollo espititual y lo comprende bajo su propio esquema.

El estadio de las creencias mágicas (ejemplificado por el vudú y los conjuros mágicos) es egocéntrico y se da tal fusión entre el sujeto y el objeto que aquél cree que la fuerza de su deseo puede llegar a operar sobre el mundo físico y sobre los demás. La creencia mítica, por su parte, suele ser sociocéntrica y etnocéntrica, lo cual significa que diferentes grupos sostienen mitos diferentes habitualmente exclusivos, y proyecta sus intuiciones espirituales sobre uno o más dioses o diosas físicamente desencarnados que tienen el poder de influir sobre las acciones humanas. La creencia racional, que constituye una decisión racional, no representa a Dios o la Diosa de un modo antropomórfico, sino como el Fundamento Ultimo del Ser y, en ese sentido, desmitologiza la religión. Se trata de una modalidad que alcanza su cúspide en la creencia visión-lógica y que explica el Fundamento del Ser como un Gran Sistema Holístico, una especie de Eco-Espíritu, la «red-de-la-vida», etcétera, recurriendo a ciencias como la teoría sistémica.

La fe comienza allí donde la creencia pierde su poder. Porque el hecho es que llega un momento en que todas las creencias mentales -precisamente por el hecho de ser mentales y no supramentales o espirituales- pierden su fuerza, pierden su poder sobre la conciencia y comienzan a palidecer porque, a fin de cuentas (por más que uno crea en el Espíritu como «red-de-la-vida», por ejemplo), uno no deja de sentirse como un ego separado, aislado y lleno de miedos. De poco servirá, en tal caso, esforzarse en seguir creyendo, porque la creencia habrá dejado ya de funcionar. Es entonces cuando va tornándose dolorosamente evidente que, si bien la mera creencia puede proporcionar algún sentido a las cosas, no implica la menor transformación verdadera.

La fe suele ser el paso intermedio que nos permite dar el salto que conduce desde la pérdida de la creencia hasta la experiencia directa. Quizás, por ejemplo, la creencia en la Unidad ya no ofrezca un gran consuelo, pero la persona todavía tiene fe en ella. Cuando las creencias se tornan insostenibles aparece la fe, la llamada débil pero clara de una realidad superior. La fe constituye la puerta de acceso a la experiencia inmediata de lo supramental y de lo transracional. En ausencia de creencias dogmáticas desaparece la convicción, y a falta todavía de experiencia directa, uno carece de toda certidumbre. La fe es, pues, una tierra de nadie atestada de preguntas y de ninguna respuesta que se caracteriza por la determinación (estimulada por una intuición oculta) a encontrar nuestra auténtica morada espiritual en la experiencia directa. La experiencia directa responde a todas las dudas inherentes a la fe. Se trata de un estadio caracterizado por la presencia de dos fases diferentes: Las «experiencias cumbre» y las «experiencias meseta».

Las experiencias cumbre suelen ser intensas, breves, espontáneas y sumamente transformadoras. Existen varios tipos de «experiencias cumbre», entre las cuales cabe destacar las «experiencias cumbre» del nivel psíquico, propias del misticismo natural (el tipo de unidad característico del nivel ordinario), las «experiencias cumbre» del nivel sutil, propias del misticismo teísta (el tipo de unidad característico del nivel sutil), las «experiencias cumbre» del nivel causal, que nos permiten atisbar la Vacuidad (la unidad propia del nivel causal) y las «experiencias cumbre» no duales, que nos abren las puertas a «Un Solo Sabor». Resulta evidente que cuanto más elevado es el nivel de la experiencia, más infrecuente es.

Pero si bien las «experiencias cumbre» son de poca duración «desde unos pocos minutos hasta unas pocas horas», las experiencias meseta, por su parte, son más estables y duraderas y tienden a la adaptación permanente. Las «experiencias cumbre» suelen presentarse de manera espontánea pero, para convertir una experiencia cumbre en una experiencia meseta -para transformar un breve estado alterado en un rasgo duradero-, se requiere una práctica prolongada. Casi todo el mundo, en algún momento de su vida, puede tener una breve experiencia cumbre y se sabe incluso de algunos casos en los que, sin necesidad de práctica sostenida, ha terminado convirtiéndose en una experiencia meseta. Así pues, la creencia y la fe constituyen las modalidades de orientación espiritual prevalente, mientras que las «experiencias cumbre», por su parte (raras pero auténticas experiencias espirituales), sólo suelen darse en quienes están comprometidos con una práctica espiritual sostenida, intensa, prolongada y profunda.

Al igual que con las «experiencias cumbre», las «experiencias meseta» pueden darse en los dominios psíquico, sutil, causal y no dual. Wilber (1998) ofrece un ejemplo, tomado del zen, que abarca estos cuatro dominios:

«Es frecuente que quienes emprendan la práctica de la meditación zen comiencen contando respiraciones, de uno a diez y vuelta a empezar. Cuando el sujeto puede hacer eso durante media hora sin perder la cuenta, suele recibir un koan como el de mu, por ejemplo. Así, en los próximos tres o cuatro años, el sujeto se enfrasca durante varias horas al día en esta práctica, concentrándose de continuo en el sonido mu, al tiempo que se pregunta: ¿cuál es el significado de mu? o ¿quién está concentrándose en mu? Durante ese estadio, el sujeto suele asistir a retiros de siete días de práctica muy intensa, en donde practica durante el día y la noche.
La primera experiencia meseta importante tiene lugar cuando el sujeto puede mantenerse de manera literalmente ininterrumpida en mu durante la mayor parte de las horas de vigilia, en cuyo caso mu pasa a convertirse en parte de su conciencia, hasta el punto de que bien podría decirse que uno se torna en mu, o dicho en otras palabras, que el Testigo se mantiene de manera constante durante el estado de vigilia ordinaria. Entonces es cuando se le dice que, para penetrar realmente en mu, debe trabajar también en ese koan durante el estado de sueño.

Tras otros dos o tres años más de práctica, el sujeto logra mantener una concentración sutil en mu durante el estado de sueño, de modo que la conciencia testigo permanece también de manera constante durante el estado del sueño sutil.»

El efecto de la evolución de la conciencia es que, en cierto modo, uno objetiva el nivel sutil (viéndolo conscientemente como un objeto mientras despierta) y luego pierde su poder, lo trasciende y comienza a adentrarse en el dominio causal, la cesación pura, sin forma y sin manifestación (un tipo de vacuidad) que nos permite adentrarnos en el dominio causal mientras estamos despiertos. En el hecho de mantener la conciencia durante el estado de sueño profundo sin sueños, alfa (vigilia) y delta (lo sin forma) se hallan simultáneamente presentes, de modo que uno puede llevar la conciencia hasta el reino de lo sin forma y abrirse a lo no dual. De este modo se trasciende lo causal y la gnosis da lugar a la omnipresencia espontánea de «Un Solo Sabor».

A estas alturas, y en la medida en que el discípulo se aproxima al dominio causal no manifiesto (el nivel de la absorción pura), va acercándose también a la absorción causal pura en la Gran Liberación de «Un Solo Sabor», una experiencia que también comienza como una experiencia cumbre que, con la práctica, acaba convirtiéndose en una experiencia meseta y finalmente en una adaptación permanente.

El término adaptación se refiere simplemente al acceso constante y permanente a un determinado nivel de conciencia. La mayor parte de nosotros ya nos hemos adaptado (o, dicho de otro modo, ya hemos evolucionado) a la materia, el cuerpo y la mente (y por ello podemos acceder a esos niveles siempre que queramos). También hay personas que han tenido «experiencias cumbre» de los niveles transpersonales (psíquico, sutil, causal y no dual). Pero la práctica puede permitirnos evolucionar hasta las «experiencias meseta» de esos reinos superiores que, con la práctica, acaban convirtiéndose en adaptaciones permanentes que nos permiten acceder de manera constante a los niveles psíquico (misticismo natural), sutil (misticismo teísta), causal (misticismo sin forma) y no dual (misticismo integral) de un modo tan habitual como hoy en día lo es, para la mayor parte de nosotros, el acceso a la materia, el cuerpo y la mente. Y esto se manifiesta de un modo palpable en la presencia de una conciencia constante que perdura a través de los tres estados de vigilia, sueño y sueño sin sueños. Entonces resulta evidente porqué «lo que no está presente en estado de sueño profundo sin sueños no es real». Lo Real debe hallarse presente en los tres estadios, incluyendo el sueño profundo sin sueños, y la Conciencia pura es lo único que se halla presente en los tres. Este hecho resulta perfectamente evidente cuando uno descansa en la conciencia pura, vacía y sin forma y «contempla» la aparición, permanencia y desaparición de los tres estados, mientras permanece como lo inamovible, lo Inmutable, lo No Nacido, liberado en la Vacuidad pura de la que emana toda Forma y en la Totalidad resplandeciente de «Un Solo Sabor» (Wilber,1998).

manos

El desarrollo psicológico del yo.

Yo pleromático.
Este término, tomado de la alquimia, implica que el yo se encuentra indiferenciado de el «cosmos material», o en palabras de Wilber (1980): «parece que ni el feto ni el recién nacido poseen una sensación de identidad claramente definida.» Es decir, que el niño se encuentra sumergido en un estado «paradisíaco» de unicidad preconsciente, o sea ignorante de sí mismo. Este estadio adual y autístico, también se caracteriza por ser atemporal, aespacial y no objetal. Por lo tanto al no existir estos tres elementos para el recién nacido, todos los eventos son experimentados como parte de su yo pleromático frente a lo cual no hay para el niño limitación alguna. Esto es lo que Wilber (1980) denomina «la omnipotencia de la ignorancia».

Estilo cognitivo: adualismo absoluto, sin objetos, aespacial.
Clima afectivo: total y oceánico, omnipotencia incondicional, paraíso pleromático.
Factores motivacionales: casi completamente ausentes, carencia de deseos y de elección.
Modalidad temporal: atemporalidad prepersonal (o preconciente).
Modalidad del yo: oceánica, protoplásmica, pleromática.
Uroboros-alimentario.

Uroboros es la imagen mítica de la serpiente que se muerde la cola, el término se refiere a aquello «encerrado en sí mismo» (autístico) e «incapaz de reconocer a otro» (narcisista, autocomplaciente). Este es el estadio de la temprana infancia, en donde aparece en el niño el germen de lo que posteriormente podrá llegar a ser un ego. En este punto el yo urobórico comienza a diferenciarse del mundo externo, un mundo global, indiferenciado y aún prepersonal, este entorno se denomina otro urobórico. Este otro urobórico se le manifiesta al niño en forma de sucesos y experiencias sensoriales básicas momentáneas, toda vía fuera del tiempo, del espacio y sin dirección aparente alguna (acausalidad). La fragmentación de la que «resultan» este yo reptiliano y un otro externo, corresponde al inicio de la fase oral descrita por la teoría psicoanalítica.

Es en este nivel, que el aún rudimentario yo conoce el miedo por primera vez. Este se manifiesta como la sensación de estar vulnerable a ser tragado y aniquilado por el otro urobórico (frecuentemente en forma de «mal pecho»); Wilber (1980) dice: «Dado que el uroboros puede tragarse al otro, teme a su vez sufrir el mismo destino.» Este estadio, independientemente de cómo sea vivido, seguirá ejerciendo una fuerte influencia en los estadios posteriores hasta llegar a completar el desarrollo del ego mental.

Estilo cognitivo: primera diferenciación sujeto-objeto, acausalidad, satisfacción «alucinatoria» de los deseos, proceso sensoriomotor temprano.
Clima afectivo: euforia oceánica, miedo primordial.
Factores motivacionales: impulso primitivo a la supervivencia, necesidades fisiológicas.
Modalidad temporal: pretemporal.
Modalidad del yo: urobórico arcaico, prepersonal, reptiliano, reflejo, alimentario.

Yo tifónico.
El tifón es una figura mítica mitad serpiente y mitad humana. Este estadio es en cierta forma, la transición del anterior estado de inmersión en la materia casi onírico (sustrato inconsciente), propio del yo pleromático y el uroboros-alimentario, a la identidad individual de una mente egoica. Dice Wilber (1980): «El niño muerde la manta y no le duele, pero se muerde el pulgar y le duele»… «Así pues, de la unidad material primordial emerge la primera sensación real de identidad, el ego corporal

La triada característica de este estadio consiste en que el yo se diferencia de los objetos, los trasciende y entonces puede operar sobre ellos (las cursivas son del autor), usando como herramientas, únicamente las estructuras propias del cuerpo sensorio-motor. El yo, ahora como ego corporal, se encuentra dominado por los impulsos instintivos, el principio del placer-displacer, los estímulos y las descargas involuntarias (impulsos y procesos primarios descritos por Freud). Desde una perspectiva fisiológica, este estadio opera propiamente en el complejo reptiliano y el sistema límbico, y de ahí el nombre de yo tifónico, la total identificación con el cuerpo como unidad y la primera expresión de la individualidad.

Wilber (1980) diferencia dos subestadios dentro del yo tifónico:

Cuerpo axial y pránico
Estilo cognitivo: sensorio-motor, acausalidad, memoria de imágenes (imágenes axiales), exoceptual.
Elementos afectivos: emociones elementales (miedo, avidez, ira, placer)
Factores motivacionales: supervivencia inmediata, principio del placer-displacer
Modalidad temporal: concreta, momentánea, presente inmediato.
Modalidad del yo: sensorio-motor, narcisista.

Cuerpo imagen
Estilo cognitivo: paratáxico, proceso mágico primario, imágenes multivalentes, integridad sensorio-motriz.
Elementos afectivos: emociones sostenidas, deseos, angustia, deseos rudimentarios.
Factores motivacionales: satisfacción de los deseos, reducción de la angustia, supervivencia y seguridad duraderas.
Modalidad temporal: presente extendido.
Modalidad del yo: imagen corporal no refleja.
Yo social (o verbal-pertenencia).

En este nivel emerge y se va adquiriendo un lenguaje, lo cual implica una estructura cognitiva mucho más compleja que requiere una sintaxis perceptual concreta y un pensamiento lógico y verbal. Entre el pensamiento mágico propio del pleroma-uroboros y el yo tifónico, y este razonamiento existen un gran número de estadios «híbridos» en los que la magia y la sintaxis se entremezclan en proporciones diferentes. Dice Wilber (1980): «Gracias al lenguaje, uno puede anticipar el futuro, hacer proyectos y organizar las actividades presentes en función de un objetivo ubicado en el futuro.» En este punto el yo deja de estar completamente dominado por las exigencias instintivas y a través de la mente verbal va a «estructurar» su realidad con base a lo que su grupo social (primeramente sus padres) le imprime, formando un yo de «nombre y de palabra.

Este estadio según Wilber (1980) en cierto modo, corresponde a la fase anal-sádica del psicoanálisis (aunque el nivel de desarrollo de dicha etapa no se puede equipara con el desarrollo cognitivo ni con el ego, esta ha sido incluida en este punto porque coincide cronológicamente), o sea que en este punto el niño adquiere control de esfínteres y puede ya retardar o estimular ciertas necesidades fisiológicas. Los miedos propios de esta etapa son el miedo a perder partes del cuerpo (en forma de heces) y el miedo a la mutilación corporal.

Estilo cognitivo: lenguaje autístico, pensamiento paleológico y mítico, cognición de pertenencia.
Elementos afectivos: deseos temporales, gustos y disgustos.
Factores motivacionales: raíces de la voluntad, el poder y la elección autónoma, sensación de pertenencia.
Modalidad temporal: «control» y estructuración del tiempo, pasado y futuro.
Modalidad del yo: modalidad verbal, yo temporal y social.

Yo egoico-mental.
La esencia del ego, dice Wilber (1980) es un concepto de uno mismo. «El ego es una constelación de conceptos imágenes, fantasías, identificaciones, recuerdos, sub-personalidades, motivaciones, ideas y datos ligados o vinculados a la sensación de identidad independiente.» Si bien el ego ya se ha diferenciado del cuerpo, aún se encuentra anclado en la «musculatura voluntaria», por lo cual se puede explicar que los estados patológicos del ego, vayan acompañados de sus respectivas disfunciones musculares.

El comienzo de este estadio corresponde a la etapa fálica (al igual que el estadio anterior con la etapa anal-sádica, esta correspondencia es más bien cronológica) que trae consigo el final de la emergencia del súper-yo propiamente dicho. Según Wilber (1980), más que de la imagen de los padres en sí, el súper-yo se forma a través de la introyección por vía auditiva de la relación que el niño tiene con ellos. Es decir que la relación externa padre-hijo se convierte en una relación interna entre dos subpersonalidades constituida por redes entrecruzadas, retroflexiones y diálogos interiorizados, y es esto lo que conforma el complejo denominado súper-yo.

No es sino hasta este estadio que Wilber (1980) habla de una edad específica (entre los 4 y los 7 años) en la que se constituye un ego más o menos cohesionado que se diferencia del cuerpo, trasciende el mundo biológico y en consecuencia puede operar sobre él. Esta triada (diferenciarse, trascender, operar) va a estar presente de alguna manera en cada uno de los estadios del desarrollo (incluso en los estadios transpersonales).

Estilo cognitivo: sintáctico-social, proceso secundario, pensamiento verbal dialogístico, pensamiento operacional concreto y pensamiento formal.
Elementos afectivos: conceptos y afectos, emociones dialécticas, especialmente la culpabilidad, el deseo, el orgullo, el amor y el odio.
Factores motivacionales: fuerza de voluntad, autocontrol, metas y deseos temporales, necesidad de autoestima.
Modalidad temporal: lineal, histórica, pasado y futuro prolongados.
Modalidad del yo: egoico-sintáctico, concepto de uno mismo, estados egoicos pensante-dialogísticos, diversas «personas».
Hasta aquí se completa lo que Wilber (1980) llama «el arco externo» del Gran Ciclo de toda la vida. En el estadio del ego tardío (de los 12 a los 21 años), el individuo no sólo llega a dominar sus diversas personalidades, sino que también suele ya haber comenzado el proceso diferenciación y desidentificación que lo llevará a trascenderlas, para llegar así a descubrir por medio de la «transformación», una «unidad de orden superior».

Yo centauro.
Este nivel se encuentra más allá del lenguaje, de la lógica y de la cultura (es transverbal y transcultural). Sin embargo Wilber (1980) subraya, que aunque si esta más allá de los conceptos y del ego, aún no trasciende la existencia, la orientación personal ni la conciencia psicofisiológica despierta, es decir, no ha llegado a un nivel transpersonal. «Se trata en suma, del último estadio que se halla dominado por las formas normales de espacio y tiempo y que esas formas, por tanto, siguen todavía estando presentes.»

Aún así el «centauro existencial» constituye una unidad integral superior al ego, al cuerpo, a la persona y a la sombra, además de ser una importante transición hacia los dominios sutiles y transpersonales superiores.

Estilo cognitivo: visión-imagen transverbal, fantasía superior, síntesis de los procesos primario y secundario, transconcensual.
Elementos afectivos: comprehensión, espontaneidad, impulso de expresión, supersensorial, sinceridad.
Factores motivacionales: intencionalidad, deseo creativo, significado, voluntad espontánea, autorrealización, autonomía.
Modalidad temporal: anclado en el momento presente, conciencia del tiempo lineal como desglose del presente.
Modalidad del yo: integrado, autónomo, transbiosocial, cuerpo-mente global.

Los reinos sutiles.
Para poder tener una idea de más o menos en que consisten los estadios que el yo puede llegar a comprender a partir de este punto, Wilber (1980) considera que es necesario recurrir a los grandes sabios y místicos que las grandes tradiciones sagradas han dado a la humanidad. Afirma que estos coinciden unánimemente a la hora de describir los «niveles superiores de la naturaleza humana», por lo que se puede decir que es a partir de aquí que la conciencia comienza a ser transverbal y transpersonal.

El nivel sutil, esta «conformado» por los planos astral y psíquico. Dice Wilber (1980): «Independientemente de que uno crea o no en la existencia de estos niveles, ahí es donde se dice que existen (o, mejor dicho, donde se dice que alcanzan su plena madurez). El plano astral se refiere a las experiencias extracorporales, conocimientos «ocultos», las auras, la «verdadera magia», los «viajes astrales», etc. Por su parte el plano psíquico, comprende el reino de los llamados fenómenos «paranormales», percepciones extrasensoriales, videncia, precognición y psicokinesis por ejemplo. El hecho es que, dice Wilber (1980), «la conciencia, al diferenciarse de la mente o del cuerpo, llega a ser capaz de trascender las capacidades normales de la mente corporal ordinaria y a operar sobre el mundo y el organismo de una forma que a la mente ordinaria le parece inverosímil.»

Yo sutil inferior
Estilo cognitivo: percepción y cognición clarividentes, extraegoico y extrasensorial.
Elementos afectivos: sensibilidad transpersonal, suprasensorial (etapa posterior al centauro suprasensorial).
Factores motivacionales: «poderes» e impulsos paranormales y parapsicológicos
Modalidad temporal: transaxial o transfísico, «punto de partida» del tiempo, precognición y postcognición.
Modalidad del yo: astral-psíquico.
Más allá de este nivel se encuentra el nivel sutil superior, el reino «universalmente conocido» de la intuición religiosa y literaria «superior», de las visiones simbólicas, las iluminaciones auditivas, este es el reino de los arquetipos superiores.

Podríamos decir que el ser humano a través del conocimiento de sí mismo, ha llegado aquí a realizar el conocimiento de Dios. «Pero no se trata de un Dios ontológicamente ajeno y que se halle desvinculado del cosmos, de los seres humanos y de la creación en general, sino de Dios como el arquetipo supremo de la propia Conciencia.» (Wilber, 1980)

Yo sutil superior
Estilo cognitivo: intuición e inspiración real, Forma arquetípica, iluminaciones audibles, inspiraciones luminosas y sonoras.
Elementos afectivos: rapto (éxtasis), beatitud, liberación extática en la supraconciencia.
Factores motivacionales: Compasión, Amor y Gratitud.
Modalidad temporal: transtemporal, entrada en la eternidad.
Modalidad del yo: arquetipo divino, sobre-yo, sobremente.
Los reinos causales.

El primer nivel causal denominado Self causal inferior, representa la culminación de los sucesos que comenzaron en el nivel sutil superior. Es decir, que el Arquetipo divino que anteriormente reabsorbió los niveles inferiores del yo, es ahora condensado y disuelto en el «Dios final». «Este Dios final no es mas que el fundamento, o esencia, de todas las manifestaciones arquetípicas y divinas evocadas –y, a continuación, objeto de identificación- de los reinos sutiles. En la región causal inferior todas estas formas arquetípicas vuelven a la Fuente, al Dios final y, por el mismo motivo, el self se manifiesta como el Dios final y la conciencia asciende a un nivel superior y se identifica con ese Resplandor» (Wilber, 1980).

Self causal inferior
Estilo cognitivo: iluminación final, esencia de la revelación audible.
Elementos afectivos: beatitud resplandeciente.
Factores motivacionales: sólo Amor en la Unidad trascendente.
Modalidad temporal: plenamente transtemporal, eterna.
Modalidad del Self: Dios final, Fuente de todas las Formas arquetípicas.
Entonces en el nivel causal inferior, la «Divinidad-self» retorna a su fuente y se disuelve en el Dios final. En el nivel causal superior, ese «Dios-self» final es reabsorbido y se disuelve en lo Sin Forma. Cada paso hasta este punto, supone una intensificación (que no una pérdida) en la conciencia, que lleva al yo a «olvidarse, incluso de sí mismo, hasta que todas las formas se «entregan» y regresan a la «Liberación Perfecta».

Self causal superior
Self cognitivo: desconocimiento o «perfecta ignorancia

Con lo anteriormente expuesto, Wilber (1980) afirma que la evolución psicológica del ser humano persigue el mismo objetivo que la evolución natural: «la creación de unidades cada vez más inclusivas.» Y ya que la única Unidad todo-inclusiva es la Unidad última, Dios o Atman (que es como Wilber se va a referir a esta «Realidad Última»), se deduce que «el desarrollo psicológico se encamina hacia Atman y forma parte de lo que nosotros denominamos proyecto Atman» (las cursivas son del investigador).

El proyecto Atman es un complejo conformado básicamente por tres vertientes. Por una parte Wilber (1980) dice que «cada uno de los estadios o niveles de crecimiento aspira a la Unidad Absoluta» (tendencia Atman o Atman-telos); por otra parte también afirma que «tal cosa ocurre por caminos o bajo circunstancias, que necesariamente se lo impiden» (represión, negación o contracción de Atman) y, por último «que sólo le permiten unidades sustitutorias y gratificaciones sustitutorias». Se puede decir entonces que el proyecto Atman es propiamente «una solución de compromiso entre la tendencia hacia Atman y su represión

Wilber (1981) declara que el error de la visión teológica judeo-cristiana (y por lo tanto de la mentalidad occidental) está en considerar que, como declaran los teólogos, se conoce por «revelación» la existencia de un Otro sublime y sobre todo ontológico, un Dios que se encuentra esencialmente separado de la humanidad por una barrera eterna e infranqueable. Esto ha hecho que el pensamiento occidental convencional conciba la historia en un sentido mítico, como el desarrollo de un pacto entre Dios y el hombre, por lo tanto toda la historia apunta hacia e «único» evento divino simbolizado por el pensamiento religioso en el día del Juicio Final. Y ya sea para apoyar esta idea, para refutarla o desecharla reduciendo a Dios a un enorme «pecho» en el cielo, Wilber (1981) asegura que en el mundo occidental no hay nadie que pueda «escapar» del peso que representa esta idea.

Por su parte la filosofía perenne, que como ya se ha mencionado, corresponde a la esencia del pensamiento místico presente en todas las religiones tanto en oriente como en occidente, se refiere a Dios como el «Sustrato del ser aparte del cuál nada existe», la Vacuidad absoluta que se encuentra más allá de la materia y de la energía, más allá de lo que es o podría llegar a ser. La filosofía perenne define lo Esencial como la «Unidad integral que subyace –pero, al mismo tiempo, incluye- toda multiplicidad. Lo Último es anterior a este mundo pero no es distinto a él, de la misma manera que el océano es anterior a las olas pero no existe como algo separado de ellas.» Entonces, dice Wilber (1981) la historia es más bien, el relato del desarrollo de las relaciones entre la humanidad y la Totalidad Última, y dado que esta Totalidad es la Conciencia en sí misma, se puede decir que «la historia es el desarrollo de la conciencia humana», «el lento y tortuoso camino que conduce hasta la trascendencia.» Y con esto se quiere decir que si hacia algún lugar se dirige el curso de la historia, desde este punto de vista, es al encuentro de la humanidad con una plena conciencia de Dios, la Totalidad Última.

Según la filosofía perenne, la necesidad y el deseo fundamental de todo ser humano es el redescubrimiento de esta Totalidad infinita y eterna. Dice Wilber (1980): «Porque Atman no sólo es la naturaleza esencial de todas las almas sino que toda alma –o todo sujeto- sabe, o intuye de continuo que su Naturaleza esencial es lo infinito y lo eterno.» Sin embargo, lo que más teme es perder su identidad individual e independiente, lo cual representa la «muerte» del ego, y por esto busca la trascendencia por caminos o a través de estructuras que sólo le ofrecen «gratificaciones simbólicas sustitutorias», estas pueden ser sumamente diversas, como el sexo, el alimento, el dinero, la fama, la erudición el poder, etc. A fin de cuentas podemos decir que todas estas funcionan como meros sustitutos provisionales de la Liberación Total. Esta es la razón por la que el ser humano es insaciable en cuanto a sus deseos y necesidades mundanas; lo que en lo más profundo es su verdadero anhelo es incalculablemente más grande que la satisfacción que pueda obtener dentro de la existencia circunscrita y por esto es que todos los placeres anhelan lo infinito.

El ego se encuentra entre la tensión que provoca por un lado la intuición de Atman y por el otro la represión de esta que responde al miedo a perder su identidad independiente y por tanto su existencia como tal. Frente a esto, el ego distorsiona dicha intuición y se atribuye a sí mismo la inmortalidad y la omnipotencia. Siente que «es omniinclusivo, que es el centro del cosmos, que es extraordinariamente importante y sustituye, en suma, a Atman por su ego.» Esto es a lo que Wilber (1980) se refiere cuando habla de la «vertiente subjetiva» del proyecto Atman. Esto, pero a una escala digamos colectiva, de denomina «vertiente objetiva», un deseo realmente imposible, pero que ciertamente se basa en la «intuición correcta» de que la verdadera naturaleza del individuo es infinita y eterna. Es importante subrayar en este punto (a juicio del investigador) que cuando se esta hablando de infinito y eternidad, esto no quiere decir inmensamente grande ni que dure mucho tiempo, sino más bien se esta hablando de una Realidad atemporal y aespacial, que trasciende el tiempo y el espacio, y por lo tanto de alguna manera también los incluye, los «integra».

Vida y muerte.
Una vez creada la «falsa sensación» de identidad independiente a partir de la Totalidad, el yo se enfrenta a dos grandes impulsos básicos: el intento de asegurar la «perpetuidad» de su existencia (Eros) y la lucha contra todo aquello que amenace con disolverla (Thanatos). Estos son los dos impulsos dinámicos que resultan de la división entre sujeto y objeto que tiene lugar, primeramente en el uroboros alimentario, en el momento en el que el yo urobórico «reconoce» a un otro urobórico más grande que él.

Wilber (1980) afirma que Eros constituye en última instancia, El deseo por regresar a la Totalidad anterior a la existencia, es el impulso subyacente que estimula a la búsqueda, la comprensión, el amor, la vida, etc. Y que nunca podrá ser saciado con los sustitutos del ego. «Eros es el hambre ontológica.» Por otra parte también declara que hay, por lo menos, dos formas de vivir el miedo frente a Thanatos (cosa que, según dice Wilber, a la psicología occidental le cuesta trabajo comprender), uno es el miedo que esta ligado a los mecanismos de defensa patológicos o a la culpabilidad neurótica, y otra forma de miedo es el que se funda más bien en una auténtica percepción de la realidad. Wilber (1980) Dice al respecto: «Este último, pues, no es un miedo circunstancial sino un miedo existencial, un miedo dado, un miedo intrínseco (un miedo que perdurará mientras persista una barrera que separe al sujeto del objeto) y la percepción de dicho miedo nada tiene que ver con la enfermedad mental sino con una auténtica toma de conciencia de la situación». Entonces, se puede decir, que el miedo a la muerte es un reflejo natural del yo contra Thanatos. Wilber (1980) explica que debido a que las fronteras que separan al yo como individuo son ilusorias, este tiene que estar recreándolas «instante tras instante» y de esta misma forma, «instante tras instante «, la Realidad Última también empuja para tratar de derribar estas barreras «y esa fuerza es precisamente Thanatos». Por lo tanto decimos que el sentido de Thanatos apunta realmente hacia la trascendencia.

Eros y Thanatos, se manifiestan en dos aspectos dentro del proyecto Atman: un aspecto positivo y un aspecto negativo (que no quiere decir bueno y malo sino simplemente como si se tratara de los polos positivo y negativo de un imán). En el aspecto positivo (o vertiente erótica del proyecto Atman) el yo busca todo tipo de «gratificaciones sustitutorias» tratando de saciar su deseo de ser infinito, «semejante a Dios». Por su parte, en el aspecto negativo (o vertiente thanática), el proyecto Atman reprime todo aquello que represente una «muerte» o extinción de la identidad individual e independiente, y por lo tanto, toda posibilidad de trascendencia. Para ello el yo recurre a lo que Wilber (1980) llama «sacrificios sustitutorios», que consisten en una respuesta frente al mas profundo «deseo de muerte» (en un sentido de trascendencia) y su propia imposibilidad de «renunciar» a su identidad autónoma e independiente, de esta manera, mediante la formación reactiva convierte este «deseo de muerte» en un deseo de matar al otro (muchas veces traducido en un sentido literal), dado que el autosacrificio le parece demasiado aterrador, pretende encarnar la energía de Thanatos y ser él quien sacrifique a otros. Dice Wilber (1980): «La razón por la que afirmamos que»… «la gratificación sustitutoria y el sacrificio sustitutorio forman parte del proyecto Atman es el hecho de que, a fin de cuentas, ambas obedecen a que nuestra Naturaleza esencial es infinita y eterna pero que esta intuición se ve distorsionada apenas la imputamos a una sensación de identidad independiente que es necesariamente finita y mortal.»

Hasta aquí podemos ver que hay dos vertientes (objetiva y subjetiva) y dos aspectos (positivo y negativo, Eros y Thanatos) del proyecto Atman, estas facetas se entremezcla pudiendo hablar así de «Eros sujeto», «Thanatos objeto» y viceversa. Es importante no perder de vista que sólo frente a la «construcción» de una barrera, como la que representa la existencia física separada, se puede habar de una división entre sujeto y objeto por lo que, según Wilber (1980), la noción de identidad independiente del yo es también un «sujeto sustitutorio» que trata, por supuesto sin éxito, de suplantar a la Totalidad. «Un sujeto sustitutorio, en busca de objetos sustitutorios, y todo ello impulsado por el anhelo de llegar a Dios.»

Conclusión.
En lo que al investigador respecta, cabe decir que el motor primordial de toda conducta y por lo tanto de toda la historia de la humanidad, desde esta visión, descansa en el anhelo intrínseco que toda criatura tiene por el regreso a la Unidad absoluta. Este regreso, que ya sea conciente o inconscientemente está ocurriendo, se ve matizado por un intento a reprimir lo que es inevitable, la reabsorción en lo Absoluto y así se instituye lo que al investigador le gusta llamar «El drama de la existencia». Cada una de las conductas por lo tanto consiste en una búsqueda de «objetos sustitutorios» al servicio de la «unidad sustitutoria» propia del nivel del desarrollo correspondiente (es decir, para el pleroma la materia, para el uroboros sí mismo con respecto al otro urobórico, para el tifón el cuerpo etc.,).

Pero en verdad, que para que esta aseveración no se convierta en una idea romántica y reduccionista, se requiere tener una mínima comprensión, aunque sea sólo intelectual, de lo que implica la unicidad de la existencia que se manifiesta en todo y todas las cosas, eso, acompañado con un poco de fe y el más mínimo deseo de encontrar la certeza que la destituya, son los elementos que pueden llevar al ser humano a encontrar la trascendencia, o mejor dicho a darse cuenta de la Único que en realidad Es y siempre ha Sido.

Bibliografía.
Wilber, K. (1980). Proyecto Atman. Una visión transpersonal del desarrollo humano. Barcelona, España: Kairos.
Wilber, K. (1981). De vuelta al edén. Una visiòn transpersonal del desarrollo humano. Barcelona, España: Kairos.
Wilber, K. (1998). One taste, the journals of Ken Wilber. New York, USA: Shambala.