Consiste en la posesión de tal bien, cualquiera que este último sea. Si bien debe advertirse que en muchos casos la felicidad es definida por los filósofos como equivalente a la obtención de cierto bien o de ciertos bienes, de modo que lo dicho en el presente artículo coincide parcialmente con lo indicado en Eudemonismo.

Nos referiremos únicamente a algunas de las concepciones básicas de la felicidad.

Aristóteles ha manifestado que la felicidad ha sido identificada con muy diversos bienes: con la virtud, o con la sabiduría práctica, o con la sabiduría filosófica, o con todas ellas acompañadas o no de placer, o con la prosperidad (Eth. Nic., I, 8, 1098 b 24-9). La conclusión de Aristóteles es compleja: las mejores actividades son identificables con la felicidad. Pero como se trata de saber cuáles son tales «mejores actividades», el concepto de felicidad es vacío a menos de referirse a los bienes que la producen. En todo caso, Aristóteles tiende a identificar felicidad con ciertas actividades de carácter a la vez intelectual y moderado — o, mejor dicho, razonable y moderado. Boecio se dio cuenta asimismo de la índole «compuesta» de la felicidad; ésta es «el estado en el cual todos los bienes se hallan juntos».

La felicidad no tiene, pues, sentido sin los bienes que hacen felices. Pero desde Boecio se tendió ya a distinguir entre varias clases de felicidad (beatitudo); puede hablarse de una «felicidad bestial» (que, propiamente, no es felicidad, sino, a lo sumo, «felicidad aparente»), de una «felicidad eterna» (que es la de la vida contemplativa), de una «felicidad final» o «última» o «perfecta», que es lo que se llamaría en español «beatitud». San Agustín habló de la felicidad como fin de la sabiduría; la felicidad es la posesión de lo verdadero absoluto y, en último término, la posesión (fruitio) de Dios; todas las demás «felicidades» se hallan subordinadas a aquélla. Lo mismo San Buenaventura, para quien la felicidad es el punto final y la consumación del itinerario que lleva el alma a Dios.

La felicidad no es entonces ni voluptuosidad ni poder, sino conocimiento, amor y posesión de Dios. Santo Tomás usó el término béatitudo como equivalen te al vocablo felicidad, y lo definió (S. theol, I, q. LXVII a 1) como «un bien perfecto de naturaleza intelectual».

La felicidad no es simplemente un estado del alma, sino algo que el alma recibe desde fuera, pues de lo contrario la felicidad no estaría ligada a un bien verdadero.

Aunque los autores modernos hayan tratado de la felicidad en forma distinta que los filósofos antiguos y medievales, hay algo de común en todos ellos: el que la felicidad no es presentada nunca como un bien en sí mismo, ya que para saber lo que es la felicidad hay que conocer el bien o bienes que la producen.

Inclusive quienes hacen radicar la felicidad en un estado de ánimo independiente de los posibles «bienes» o «males» supuestamente «externos», llegan a la conclusión de que no puede definirse la felicidad si no se define un cierto bien — por «subjetivo» que éste sea. Kant destacó muy claramente este punto al manifestar en la Crítica de la razón práctica que la felicidad es «el nombre de las razones subjetivas de la determinación» y, por tanto, no es reducible a ninguna razón particular. La felicidad es un concepto que pertenece al entendimiento; no es el fin de ningún impulso, sino lo que acompaña toda satisfacción.

Fuente: Diccionario José Ferrater Mora