Según la definición que nos trae el diccionario José Ferrater Mora, se dice de algo que es un «hecho» cuando está ya efectivamente «hecho» (factum), cuando está ya «cumplido» y no puede negarse su realidad (o su «haber sido real»). Se dice por ello que «los hechos son los hechos», que una cosa son los hechos y otra muy distinta la idea de hechos, o bien que hay que aceptar los hechos tal como son sin tratar de falsearlos o tergiversarlos, etc., etc. A menudo se ha opuesto el hecho a la ilusión (v.). Otras veces se ha opuesto el hecho a la apariencia (v.) del hecho. También se ha opuesto, o contrapuesto, el hecho al fenómeno (v.), si bien en otros casos se han equiparado los hechos con los fenómenos — especialmente los «hechos naturales» con los «fenómenos naturales».

La noción de «hecho» ha sido usada con frecuencia en muy diversas orientaciones filosóficas. Además, ha sido interpretada de muy diversas maneras. Un hecho (pράγµa, factum, res gesta, Faktum o Tatsache, a veces Sachverhalt, fact, matter of fact, etc. etc.) puede ser, según los casos, un hecho natural (un fenómeno o un proceso natural) o un hecho humano (por ejemplo, una situación determinada). Puede ser una cosa, un ente individual, etc. etc. A veces se destaca en el hecho su realidad hic et nunc. A veces se insufla en la noción de hecho la idea de un proceso, especialmente un proceso temporal. El término ‘hecho’ (o su equivalente en varias lenguas) ha sido usado en muy diversos contextos. Para algunos autores, el hecho es el resultado de un hacer: el hecho, factum, es el resultado de la cosa llevada a cabo, res gesta; el hecho es, además, el principio de lo verdadero, de tal modo que verum ipsum factum (Vico). Para otros autores, los hechos son las realidades contingentes; en este sentido, aunque con muy diversos supuestos, se ha hablado de verdades de hecho, a diferencia de las verdades de razón, como sucede en Leibniz; o bien de proposiciones sobre hechos a diferencia de las proposiciones sobre relaciones de ideas, como ocurre en Hume . Kant ha hablado con frecuencia del hecho, Faktum, de la ciencia natural, es decir, de la física, como «un hecho» que «está ahí» y que debe justificarse epistemológicamente. En algunos casos los hechos son considerados como objetos primarios de la «praxis», la cual incluye la teoría .

Los positivistas «clásicos» (como Comte) han insistido mucho en que solamente los hechos son objetos de conocimiento efectivo; sólo los hechos son realidades «positivas». Los hechos pueden ser «hechos brutos» o «hechos generales». Estos últimos son como «complejos de hechos brutos». Así, por ejemplo, la caída de una manzana de un árbol es un hecho bruto, que se explica por medio de un hecho general: la gravitación. Podría decirse asimismo que los hechos generales son prolongaciones de hechos brutos.

Como puede advertirse, sería larga una historia filosófica de la noción de hecho. Además, sería complicada por cuanto en numerosos casos el vocablo ‘hecho’ ha sido usado sin gran precisión conceptual — por ejemplo, en el positivismo de Comte no queda bien claro en qué medida se pueden equiparar «hechos» con «fenómenos». En el presente artículo nos confinaremos a reseñar algunas doctrinas contemporáneas en las cuales se ha hecho uso de un modo relativamente preciso del concepto de hecho.

En la fenomenología (v.) de Husserl (v.) se ha establecido una distinción entre hecho (Tatsache) y esencia (Wesen), pero se ha puesto asimismo de relieve la inseparabilidad (Untrennbarkeit’) de ambos. Según Husserl, las ciencias empíricas o ciencias de experiencia son ciencias de hechos o ciencias fácticas (Tatsachenwissenschaften). Todo hecho es contingente, o sea, todo hecho podría ser «esencialmente» algo distinto de! lo que es. Pero ello indica que a la significación de cada hecho pertenece justamente una esencia, esto es, un eidos que debe aprehenderse en su pureza. Las verdades de hechos o verdades fácticas caen de este modo bajo las verdades esenciales o verdades eidéticas —que poseen distintos grados de generalidad— (Ideen, I, § 2; Husserliana, III, 12). De acuerdo con ello, el ser táctico se contrapone (y subordina) al ser eidético, así como las ciencias fácticas se contraponen (y subordinan) a las ciencias eidéticas (ibid., § 7; id., III, 21-23). Debe distinguirse entre Tatsache y Sachverhalt; en efecto, no puede hablarse de una Tatsache eidética, pero puede hablarse de Sachverhalt eidético en cuanto correlato de un juicio eidético y, por tanto, de una verdad eidética.

Tanto Heidegger en Sein und Zeit como Sartre en L’Être et le Néans han hablado de «faticidad» (Fakti-zität, facticité) en un sentido distinto de la «facticidad» positivista o siquiera husserliana. Para Heidegger, la facticidad es uno de los constitutivos del Dasein (1.); consiste en su «estar arrojado al mundo» como un «hecho último». «La facticidad (Tatsächlichkeit ) del hecho Dasein… lo llamamos facticidad (Faktizität) ( Sein und Zeit, § 38 ). El concepto de facticidad incluye el «estar-en-el-mundo» y el estar arrojado en él. Para Sartre, la facticidad es una característica fundamental del Pour-soi, en cuanto está «abandonado» en una situación.

Para el Wittgenstein del Tractatus y para el Bertrand Russell del atomismo lógico los hechos son los llamados «hechos atómicos». Estos hechos son, según Wittgenstein, una combinación de objetos (entidades, cosas) (Tractatus, 2.01). Cada cosa es una parte constitutiva de un hecho atómico (ibid., 2.011). Así, el mundo no es la totalidad de las cosas, sino de los hechos (ibid., 1.1). Los hechos atómicos en cuestión son expresados por medio de proposiciones atómicas, las cuales se combinan por medio de funciones de verdad formando las llamadas «proposiciones moleculares». Así, por ejemplo, «Pedro está sentado ante el espejo» es una proposición atómica que describe un «hecho atómico» — el cual está «compuesto» de «cosas» tales como Pedro y su estar sentado ante el espejo. En general, los hechos, en cuanto hechos atómicos, consisten en una posesión por una entidad particular de una característica (hechos atómicos monádicos) o en la relación entre dos o más entidades (hechos atómicos diádicos, triádicos, etc.). De acuerdo con la llamada «doctrina isomórfica del lenguaje», los términos en una proposición deben corresponder a los componentes de un hecho atómico.

Se ha discutido al respecto qué tipo de relación hay (caso de haberla) entre hechos y cosas o acontecimientos. Algunos autores han proclamado que, según lo indicado antes, las cosas y los acontecimientos son simplemente elementos constitutivos de hechos atómicos. Otros, en cambio, han indicado que no pueden equipararse las cosas y los acontecimientos con hechos, y que debe de haber un «lenguaje de las cosas» y un «lenguaje de los acontecimientos (o los procesos)» distinto del «lenguaje de los hechos». Los partidarios de la primera teoría han puesto de relieve que puesto que todo lo que se dice de algo es una proposición, lo dicho en la proposición es siempre un hecho atómico (monádico, diádico, etc.) cualquiera que sea el «contenido» de la proposición.

Así, los hechos atómicos pueden referirse asimismo a «puras cualidades», tal como en la proposición «Esto es una mancha de color rojo». Pero las dificultades que surgieron a consecuencia de la ambigüedad del término ‘hecho’ obligaron a algunos autores (Russell) a distinguir entre varias clases de hechos. Así, puede haber «hechos particulares» y también «hechos generales» (como «Hay hombres»). Puede haber asimismo «hechos negativos» (como «Sócrates no está vivo»), ya que a toda proposición positiva corresponde una proposición negativa, o negación de la anterior proposición.

Consideraremos ahora la cuestión de cómo pueden clasificarse los hechos, independientemente del significado que se dé al término ‘hecho’. Los hechos pueden ser clasificados de distintos modos. Puede hablarse de hechos físicos, psíquicos, sociales, históricos, etc. Una clasificación muy corriente de los hechos es la que los divide en hechos naturales y hechos culturales. Si estos últimos son interpretados desde el punto de vista histórico, la clasificación resultante de los hechos es la que los divide en hechos naturales y hechos históricos. Se ha debatido mucho acerca de si esta clasificación está bien fundada.

Algunos autores afirman que cualesquiera características que se den de los hechos históricos pueden aplicarse asimismo a los hechos naturales; por ejemplo, el ser «únicos», «irrepetibles» e «irreversibles». Sin embargo, aunque los hechos naturales sean tan únicos, irrepetibles a irreversibles como los hechos históricos, no son considerados desde el mismo punto de vista.

Mientras cada uno de los hechos naturales es visto como un ejemplo de una determinada clase de hechos, los hechos históricos no son simplemente ejemplos de una clase dada. Por este motivo algunos autores afirman que los únicos hechos que merecen ser llamados tales son los hechos históricos.

Si se admite la división de hechos en naturales e históricos, puede preguntarse si es posible subdividir cada uno de ellos en ciertos tipos. La respuesta es con frecuencia afirmativa. Así, los hechos naturales han sido divididos con frecuencia en hechos macrofísicos y hechos microfísicos. En cuanto a los hechos históricos, nos limitaremos a mencionar la opinión de Américo Castro, según el cual hay tres niveles «historiográficos» : el nivel de lo simplemente describible, el nivel de lo narrable y el nivel de lo plenamente o propiamente historiable. Cada uno de estos niveles lo es de un determinado tipo de hechos.

El nivel de lo simplemente describible abarca hechos tales como los que forman la trama social de las comunidades primitivas o de sociedades no primitivas en la medida en que posean ciertas estructuras relativamente invariables y no susceptibles de dar origen a creaciones sociales o técnicas importantes. El nivel de lo narrable abarca hechos usualmente considerados por los historiadores como medidas del progreso histórico (invenciones técnicas, modos de organización social, etc.). El nivel de lo plenamente o propiamente historiable abarca hechos a los que van adscritas valoraciones y creaciones —artísticas, científicas, jurídicas, religiosas, etc.— en las que tales valoraciones se incorporan o expresan. Según Américo Castro, estos tres niveles —y, por lo tanto, los diversos tipos de hechos que abarcan— no están en la realidad estrictamente separados entre sí: se entrelazan de continuo, de modo que con frecuencia es difícil saber si un hecho determinado es describible, narrable o historiable.

Una clasificación de carácter más general y que abarca en principio todos los hechos es la que ha propuesto Max Scheler (art. cit. infra). Según este autor, hay tres clases fundamentales de hechos : ( 1 ) los «hechos fenomenológicos»; (2) los hechos dados en la concepción natural del mundo, y ( 3 ) los hechos tratados por las ciencias. Los hechos dados en la concepción natural del mundo son los que aparecen a la percepción ordinaria. Son los hechos que se designan con frecuencia como «hechos del sentido común»: hechos que se dan al hombre en cuanto ser natural dotado de ciertos órganos de sensación y percepción — y también acaso al hombre como ser social e histórico influido en sus percepciones por modos sociales y por tradiciones. Los hechos tratados por las ciencias o hechos científicos son resultado de «construcciones» que pueden interpretarse de diversos modos (como «convenciones», «puros conceptos del entendimiento», etc.).

Los «hechos fenomenológicos», en cambio, son hechos primarios, originarios, previos a toda interpretación y construcción — hechos anteriores inclusive al modo natural de sernos dado el mundo. Los «hechos fenomenológicos» son por ello «hechos puros»; su contenido son los fenómenos, no las apariencias. Son aprehendi y dos por medio de la «experiencia fenomenológica» o «intuición fenómenológica». Son «dados por sí mismos» con anterioridad a toda experiencia inductiva y son, por tanto, previos a todo símbolo o signo mediante los cuales luego los describimos o interpretamos.

Los «hechos fenomenológicos» son, en suma, «asimbólicos» e «inmanentes». Ahora bien, el que sean inmediatamente dados no significa que sean «sensibles». Según Scheler, las doctrinas (o, mejor dicho, «los puntos de vista») no fenomenológicos han errado por haber proporcionado una falsa visión de «lo dado» (v. ). Ni los empiristas (para quienes los hechos son contenido de sensaciones), ni los simbolistas (para quienes los hechos son signos de cosas reales —que a la vez se convierten en símbolos— ), ni los kantianos (para quienes los hechos son resultado de «imposiciones» de elementos a priori de la sensibilidad y del entendimiento), ni los pragmatistas (para quienes los hechos son resultado de elaboraciones condicionadas por el imperativo de la utilidad) han acertado a comprender la naturaleza de los hechos primitivos y originarios de que se ocupan los fenomenólogos.

Estos son los hechos cuyas unidades y cuyo contenido «son completamente independientes de las funciones sensibles por las cuales o en las cuales son dados». Para encontrarse con ellos basta con preguntar simplemente por lo dado a la intención «mentadora» sin interponer teorías extra-intencionales, objetivas o inclusive causales. Siguiendo a Husserl, Scheler distingue entre dos clases de hechos fenomenológicos: los hechos fenomenológicos en sentido amplio (hechos puramente «lógicos» o de la esfera formal) y los hechos fenomenológicos en sentido estricto (o hechos «materiales», donde ‘material’ no excluye a priori, pues estos hechos son como universales concretos) .

Compilado por: Abasuly Reyes – miércoles, 24 de agosto de 2011, 14:01

Las ideas de Américo Castro, en Dos ensayos, 1956, págs. 22-40.

— La doctrina de Scheler, en «Lehre von den drei Tatsachen», en Schriften aus dem Nachlass, I, 1933, 2a ed., ed. Maria Scheler, Gesammelte Werke, vol. 10 (1957), págs. 434-502 (trad. esp.: «La teoría de los tres hechos», en La esencia de la filosofía, 1958, págs. 137-217).
— Véase también: Varios autores, Studies in the Nature of Facts, 1932 [University of California Publications in Philosophy, 14J.
— Eliseo Vivas, «Value and Fact»,en Philosophy of Science, VI (1939), 432-45.
— ‘ Wolfgang Köhler, The Place of Value in a World of Facts, 1938.
— E. W. Hall, Our Knowledge of Fact and Valué, 1961, especialmente Parte I («Our Knowledge of Fact»).