Según el diccionario José Ferrater Mora, el término griego ύλη (hule} se usó primariamente con los significados de «bosque», «tierra forestal», «madera» («madera cortada» o «leños»). Luego se usó también con el significado de «metal» y de «materia prima» de cualquier clase, esto es. substancia con la cual (y de la cual) se hace, o puede hacer, algo.

Significados análogos ha tenido el vocablo latino materia (y materies], usado para designar la madera especialmente los leños de madera y también cualquier material para la construcción. Parece que sólo con Aristóteles adquirió ίίλη un significado filosófico técnico o, cuando menos, técnicamente preciso. Ello no quiere decir, sin embargo, que el concepto de materia no fuera usado filosóficamente antes de Aristóteles. Puede encontrarse tal concept o en el pensamiento chino e indio y también en el pensamiento hebreo, así como en el pensamiento griego pre-aristotélico, al cual nos referiremos brevemente en seguida.

Por lo pronto, puede considerarse que los filósofos milesios entendían la realidad primaria o fuente, fύsις de la realidad —agua , apeirón (v. ), aire— como una entidad de algún modo «material». En todo caso, esta realidad era concebida en cada caso como una especie de masa más o menos indiferenciada de la cual se suponía que surgen los diversos elementos y con la cual se imaginaba que se formaban todos los cuerpos. Se trataba , pues, de una especie de «materia», bien que de una materia «animada» o «vivificada», razón por la cual las doctrinas de los milesios han sido consideradas a menudo como una manifestación de hilozoísmo .

El concepto de materia entre los milesios puede ser equiparado al concepto de «masa» (en latín: massa, derivado del griego µaξa [— pan de cebada] y, según algunos autores, del hebreo flTE), mazza [ = pan sin levadura]) por lo menos en un sentido: en que «la materia primordial» en cuestión parecía tener una cierta masa en tanto que quantitas materiae, aun cuando puede alegarse que tal «materia primordial» consistía no sólo en la cantidad, sino también, y aun especialmente, en el espacio ocupado.

Echando ahora mano de un vocabulario anacrónico puede decirse que los milesios emplearon un concepto a la vez «físico» y «metafísico» de materia (y hasta de materia-masa). Ahora bien, a medida que se buscó un principio que explicara realmente el movimiento y la formación de los diversos cuerpos, el concepto de materia en sentido milesio resultó insuficiente. La materia —sea cual fuere— fue entonces concebida o como una realidad puramente sensible, o bien como una realidad esencialmente mudable. Lo primero ocurrió entre los eleatas; lo segundo, entre algunos pluralistas.

La consideración de la materia como elemento en el cual radica el movimiento (sensible o «local») y la diversidad de los cuerpos, llevó a la idea de materia como masa informe de los elementos (especialmente de los cuatro elementos: fuego, tierra, agua, aire), masa de la cual se suponía que surgieron luego, por diferenciación, los elementos mismos. Tal pudo ser el caso de Anaximandro y luego de Empédocles. No fue, ciertamente, el caso de Demócrito, cuyo concepto de materia, como veremos más adelante, es comprensible más bien por analogía con el llamado «concepto clásico (moderno) físico de la materia».

Puede preguntarse ahora si tal es, en cambio, el caso de Platón.De algún modo lo es. En efecto, la distinción establecida por Platón entre el ser que es siempre y nunca cambia, y el ser que no es nunca y cambia siempre (Tim., 49 A) le lleva a preguntarse por el tipo de realidad de este último ser. No puede ser una realidad determinada, pues si tal fuera tendría una forma, y entonces no sería perpetuamente mudable.

No puede ser, pues, ninguno de los elementos, de modo que parece deber concluirse que tiene que ser algo así como la masa indiferenciada de los elementos previa a toda «formación», esto es, «lo común» en todos los elementos. Pero en tal caso es como un «receptáculo», χώρ* , vacío capaz de «acoger» cualquier forma (Tim., 51 A). De ahí la identificación de receptáculo, χώρa, y materia, ϋλη, que,según Aristóteles (Phys., IV, 2, 209 b 11) caracteriza la concepción de la materia en Platón.

Pero, al mismo tiempo, tenemos en Platón otras ideas acerca de la materia — o de lo que luego se llamará tal. Por lo pronto, si se equipara la forma con el ser propiamente dicho,la materia es lo que se hallará más cerca del «no ser», de modo que en algunas interpretaciones del platonismo se identificarán simplemente «no ser» y «materia».

Por otro lado, este «no ser» tiene un carácter muy particular: no es el «puro no ser», sino un «no ser existente» — lo que puede en tenderse como sigue: es «un no ser frente al ser que es siempre y no cambia nunca». Finalmente, Platón parece inclinarse a veces (Cfr., por ejemplo, Tim., 30 A) a concebir la materia informe y primaria con una realidad que posee unas ciertas cualidades, y ante todo el movimiento, o la posibilidad de movimiento.

La materia es en este último caso aquello puramente «otro» («otro que las formas»), lo que cambia siempre —entendiéndose: cambia sin orden y sin medida—, y lo que el demiurgo toma con el fin de introducir algún orden y formar el universo. La materia es en este caso «lo visible», en contraposición con «lo inteligible»; es lo puramente sensible y lo puramente múltiple en contraposición con lo que posee esencialmente orden, inteligibilidad y unidad.

El primer filósofo (en Occidente) en quien la noción de materia adquiere un carácter filosófico «técnico» es Aristóteles. Ello no quiere decir que Aristóteles no debiera mucho a los pensadores precedentes —presocráticos y Platón— en el tratamiento de este concepto. Pero Aristóteles no solamente precisó más que sus precursores el concepto de materia, sino que, al mismo tiempo, lo enriqueció considerablemente. Resumiremos a continuación algunas de las ideas aristotélicas a este respecto.

Un carácter común a toda noción de materia en Aristóteles es la receptividad; cualquiera que sea la materia de que se trate, no es propiamente materia si no está, por así decirlo, «dispuesta» a recibir alguna determinación. Ahora bien, ello hace que no haya solamente una sola especie de materia, que sería lo puramente indeterminado, sino varias clases de materia de acuerdo con su modo de receptividad.

Dentro de un carácter común puede distinguirse en Aristóteles entre varias concepciones de la materia. Si bien no es siempre fácil, ni legítimo, distinguir en el Estagirita entre lo que corresponde a la «física» y lo que corresponde a la «metafísica», procederemos para mayor claridad a suponer que esta distinción es mucho más clara de lo que aparece en los propios textos del filósofo.

Ahora bien, en la física la materia aparece a veces como el substrato. Éste es «lo que está debajo de todo cambio», y aquello en que «inhieren» las cualidades. Parece, pues, que la materia es la substancia , y, en efecto, Aristóteles usa a veces el término ϋλη como «substancia». Sin embargo, la materia como substrato no es simplemente la substancia, ya que es algo común a todas las substancias, de suerte que aparece como una especie de matriz de la realidad «física» y no la realidad física misma. Por tanto, si la materia es substrato lo es en un sentido distinto del substancial.

En cuanto «substrato de», la materia es aquella «realidad sensible» de la cual pueden abstraerse una o varias determinaciones. Estas determinaciones no se contraponen, pues, a la materia, ni se sobreponen a ella. De la «realidad sensible» pueden abstraerse figuras y cantidades o pueden abstraerse formas y universales.

La materia misma es, como dice Aristóteles en Met., Δ, 13, 1020 a 20, algo que no es particular, ni es de una cierta cantidad, ni algo a lo cual se han asignado cualesquiera otras categorías. La materia en general es una materia primera, ϋλη pρώtη, algo sensible común (la materia sensibüis communis de que hablará Santo Tomás); cuando se habla de realidad física en general hay que tener en cuenta la composición material «primera». La materia puede ser «materia de» alguna realidad determinada como, por ejemplo, la materia que es común a todos los hombres.

Entre la «materia primera» y la «materia de» no hay otra diferencia que la completa generalidad de la primera y la mayor especificidad de la segunda; en ambos casos se trata de una «materia sensible común». En cuanto sujeto de cambio, la materia en cuestión —y especialmente la «materia primera»— es una materia genética, ϋλη γeννηtή. Podemos, así, establecer una serie de «niveles» en los que se da la materia: materia primera en general; materia en cuanto elementos materiales (los cuatro elementos);materia como materia de una realidad determinada (hombre, árbol, etc.). (Cfr., entre los pasajes en los que Aristóteles trata de la noción de la materia en los sentidos indicados: Met. E, 1, 1025 b 30 y sigs.; 103 6 a 2 y sigs.; De Cáelo, III, 1, 299 b 15 y sigs.; De gen. et corr., II, 1, 329 a 24 y sigs.).

Aristóteles estima que ninguna realidad puede comprender- se sin su materia y trata de establecer qué tipos fundamentales de materia hay: materia sensible (que tiene diversos grados de receptividad y especificidad), materia inteligible (como la pura extensión), etc. Puede hablar- se asimismo de materia individual, ϋλη οίχeίa κζί ίdιος , es decir, de la materia de que se compone un individuo y que, según una de las posibles interpretaciones de las doctrinas de Aristóteles, puede constituir el principio de individuación.

El modo «metafísico» de considerar la materia es sensiblemente análogo al «físico», pero en él adquiere mayor importancia la relación entre la materia y la forma. En rigor, casi siempre que se trata de la concepción aristotélica del concepto «materia», se suele estudiarla «metafísicamente» como uno de los términos en el famoso par materia-forma.

Desde este punto de vista la materia es definida como «aquello con lo cual algo se hace». Este «hacer» puede tener dos sentidos: el sentido de un proceso natural, y el de una producción humana. Así, el animal está hecho, o compuesto, de carne, huesos, tendones, etc.; la estatua está hecha de mármol o bronce, etc. En estos casos, carne, huesos, tendones, mármoles, bronce, etc., son la materia de que está hecho en cada caso el animal o la estatua. Con ello el concepto de materia adquiere un sentido «relativo»: la materia es siempre relativa a la forma.

Por eso la realidad no es ni materia ni forma, sino siempre —con excepción del motor inmóvil, o los motores inmóviles— un compuesto. Cierto que en algunas ocasiones Aristóteles parece referirse a la materia como lo pura y simplemente indeterminado. Pero el mismo concepto de indeterminación carece de sentido a menos que se refiera a algo determinado, o a una posibilidad de determinación.

Aunque se defina la materia como «posibilidad», habrá que admitir que es una «posibilidad para algo». De ahí la distinción aristotélica entre la materia que es un no ser por accidente y la privación , que es un no ser en sí mismo. La materia está íntimamente ligada a la substancia, lo que no ocurre con la privación. Más aun: la privación es contraría al bien, en tanto que la materia «aspira» al bien. Esto permite eliminar la contradicción platónica que consiste en afirmar un contrario que desea su propia destrucción.

La noción de materia le sirve, así, a Aristóteles, para explicar el cambio y el devenir . Como substrato distinto de los contrarios, la materia permite el cambio, ya que los contrarios mismos no pueden cambiar. La materia puede ser, así entendida, como la substancia en cuanto substrato, es decir, no como lo que cambia, sino como aquello en lo cual se produce el cambio ( Cfr. Met., A, 2, 1069 b y sigs.).

La distinción entre los aspectos «físico» y «metafísico» de la noción de materia es, como hemos apuntado, un tanto incierta, sobre todo si tenemos en cuenta que la idea de materia en Aristóteles es de aplicación general. En rigor, podemos partir de un estudio metafísico de la materia como componente de todo ser —excepto el primer motor— y pasar luego a una dilucidación del concepto de materia de acuerdo con las diversas clases de substancias.

Debe advertirse que la pluralidad de «materias» es esencial en el sistema aristotélico; en efecto, siendo la materia aquello en lo cual tiene lugar el cambio, o lo que se presupone en todo cambio, habrá tantas especies de materia como tipos de cambio hay. Puede así hablarse de materia local, materia para la alteración, materia para los cambios de tamaño, materia para la generación y la corrupción. La «materia local», Βλη tοtυική, es la que corresponde al movimiento como traslación, el cual tiene lugar tanto en el mundo sublunar como en el mundo de las esferas celestes.

Puede hablarse, según apuntamos, de una materia inteligible, que es equiparable a la extensión. Puede hablarse de materia prima o pura y materia cualificada, etc. En vista de ello, se ha dicho que el sistema aristotélico multiplica innecesariamente las clases de «materia», a diferencia de la concepción unitaria propia de la física moderna.

Sin embargo, debe tenerse presente que la materia de que habla Aristóteles no es, o no es fundamentalmente, una realidad «material», ya que esta realidad necesita, para existir, también una materia y una serie de determinaciones. La materia en el sentido aristotélico no es, pues, un ser que se baste a sí mismo; es simplemente aquello con lo cual, y de lo cual, está compuesta toda substancia concreta. La noción aristotélica de materia fue objeto de muchas discusiones ya en la Antigüedad.

Algunos comentaristas del Estagirita (por ejemplo, Simplicio) argüían, contra Aristóteles, que la materia, cuando menos como cuerpo, debe tener ella misma ciertas determinaciones (cantidad y magnitud principalmente) (Simplicii i n Aristotelis Phys.. .. commentaria, ed. H. Diels [1882], pág. 229).

Los estoicos se oponían al concepto aristotélico de materia, insistiendo en la realidad material de lo corporal, el cual no es simplemente extenso, sino que tiene por lo menos una característica fundamental: la llamada antitipia o resistencia. Los atomistas adoptaron una concepción no cualitativa y mecánica de la materia. Los átomos son materia y poseen un atributo propio: el quantum del cuerpo, o peso. Los tomistas diferían de Aristóteles más que los estoicos, ya que mientras los primeros despojaban a la materia de toda cualidad, los últimos adoptaban una concepción cualitativista de la realidad material en algunos respectos semejante a la aristotélica.

Los neoplatónicos adoptaron por lo general la doctrina de la materia como puro receptáculo sin cualidades ni medida. Tal fue la teoría de la materia en Plotino, Proclo, Simplicio y Jámblico. Según Plotino, la materia es pura privación y «sujeto indefinido» (Enn., Π, ίν, 6), sin cualidad ni figura ni tamaño (ibid., II, iv, 8).

La materia es pura y simpl e potenci a (ibid., II, v, 2); es «lo otro», la mera y simple privación (ibid., II, iv, 13). Como lo indeterminado e informe, la materia es «el primer mal» (ibid., I, vii, 3); en el fondo, la materia es un «no ser» (ibid., III, vi, 7); es sombra (III, viii, 18) y oscuridad (IV, iii, 9).

Sin embargo, como la materia está «dispuesta» a recibir las formas, no se la puede eliminar completamente de la economía del universo. Cierto que Plotino indica a veces que la materia es tan pasiva e indeterminada que es como un fantasma incapaz de recibir formas (ibid., II, v, 5). Pero dice también que tiene la forma en potencia y se perfecciona al recibir la forma en acto (ibid., III, iv, 1).

Por otro lado, esta materia de la que se ha hablado es solamente la materia sensible como puro receptáculo; hay, además, según Plotino, una «materia inteligible», la cual es efectivamente un ser (ibid., II, iv, 16) y aun «posee todas las formas» (II, iv, 3). Por eso la inteligencia tiene materia — es decir, materia inteligible. Proclo y Simplicio elaboraron una concepción de la materia a base de propiedades matemáticas y especialmente geométricas.

Común a varios autores neoplatónicos es la idea de que la materia es como uno de los «polos» de la «realidad». Esta última no es comprensible si no admitimos una jerarquía de las formas, jerarquía que no sería posible sin la materia. Puede inclusive imaginarse (como ha sugerido Bergson) que las realidades emergen en la medida en que la pura forma entra en contacto con la pura materia.

Todas las concepciones antiguas acerca de la materia fueron objeto de discusión por parte de los autores cristianos de los períodos patrístico y escolástico. La tendencia a identificar la materia con el no ser y con el mal fue muy fuerte en quienes tuvieron que luchar contra las tendencias gnósticas y maniqueas, en las cuales la materia es a menudo presentada como el mal, pero como un mal «real», como un «ser malo», constantemente en lucha con el bien.

Autores como Marción estimaron que la materia eterna es el principio de todo mal; por eso el mundo no fue formado de tal materia «mala» por el Dios superior, sino por un dios inferior, un demiurgo. Contra los gnósticos afirmó San Clemente de Alejandría que el mal no tiene su origen en la «materia mala», sino en actos personales (Cfr. Str., III, 16).

Como Dios no puede crear nada malo, la materia no puede ser el mal puro y simple; el mal es un «mal uso», no propiamente hablando una realidad. Todo lo que es, en cuanto es, es bueno, en diversos grados de bondad. La materia no puede ser, pues, un mal, a menos que se haga mal uso de ella, es decir, a menos que se pretenda declararla autónoma e independiente de Dios. El Pseudo-Dionisio hacía observar (De nom. div., IV, 28) que la materia participa del orden, de la belleza y de la forma. La materia, declaró, no puede ser mala; si no existe en ninguna parte, no puede ser ni buena ni mala; posee algún ser, y como todo ser procede del Bien, la materia procederá igualmente del bien.

San Agustín concibió la materia como algo pasivo e informe, pero no como una pura nada. Sin la materia, los cuerpos no podrían pasar de una forma a otra: la materia es la mutabilidad, o el fundamento de la mutabilidad, de los cuerpos — es, platónicamente, «receptáculo de la mutabilidad». Por otro lado, hay una materia espiritual que es formada, y de la cual están «hechos» el cielo y los ángeles.

La materia no préexiste en ningún caso al mundo formado, pues ha sido creada por Dios ex níhilo. Y nada creado por Dios puede ser malo, ya que el mal es, una vez más, sólo un mal uso del bien (De cío. Dei, XI, 22; De nat. Boni, XXXVI).

Algunas de las concepciones de la materia desarrolladas en la Patrística influyeron luego sobre la idea de que la materia puede ser algo así como un objeto «autónomo» de una ciencia — por lo demás, «secundaria». Muchas de las concepciones medievales sobre la materia se fundaron en el Comentario de Calcidio al Timeo. Tal sucede, por ejemplo, en Juan Escoto Erigena y en los pensadores de la llamada «Escuela de Chartres» (Thierry de Chartres, Gilberto de la Porree y otros) o afines a ella (por ejemplo, Bernardo Silvestre).

Estos autores elaboraron una noción de la materia como «ser» sin forma, y la llamaron de varios modos:’ύλη , ‘ύλη informis, sylva («bosque», una de las versiones de ύ’ η), materia informis, prima materia, primordialis materia, principalis materia, etc. Se trata de un informe chaos, de una concretio pugnax, como decía Bernardo Silvetres en De mundi imiversltate (I, i, 5), es decir, de una massa confusionis (de ahí la idea de materia como «masa» en el sentido de «indeterminación» y «confusión», no en el sentido de la quantitas materiae a que nos hemos referido antes).

Ello no quiere decir que todos estos autores mantuvieran exactamente el mismo concepto de la materia. Aunque fundándose en buena parte en Platón y en el citado Comentario de Calcidio, se manifestaron al respecto opiniones diversas, especialmente las dos siguientes: unos destacaban el carácter informe y «confuso» de la materia, desnudándola de toda cualidad; otros estimaban que la materia era un cuerpo dotado de movimiento propio; unos destacaban el carácter «sensible» de la materia; otros ponían de relieve que la materia era principalmente un sustrato del movimiento.

En todos estos casos se trataba de una materia prima (o primordialis materia); su concepto, aunque metafísico (y teológico), era primariamente aplicable al orden «físico» o «cósmico». De esta materia prima procedía, según varios autores, la materia formata, a menudo identificada con los cuatro elementos.

Desde la introducción plena del aristotelismo en la filosofía medieval se tendió cada vez más a concebir la materia cuando menos «físicamente» como sujeto de transformación substancial. Tal fue el caso de Santo Tomás. Éste define la materia, al modo aristotélico, como aquello de lo cual se hace, o puede hacer, algo: materia est, ex qua aliquid fit (S. theol, Im q. XCII, 2, ad2). La materia es algo en potencia (ibid., I, q. XVII) ; es un primant subjectttm (1 phys., 15).

La noción de materia se contrapone por ello a la de forma ; aparte la forma, la materia no tiene ser propio. Puede en este respecto hablarse de una materia prima (llamada también «materia pura» y «materia última»), que es la materia fundamental y común. Pero puede, y debe, hablarse de varias clases de materia: la ya citada materia prima, la materia communis, materia sensibilis communis o in commune,que difiere de la materia sensibilis individualis o materia signata.

Esta última es la materia determinada por la cantidad, y constituye, según Santo Tomás, el principio de individuación, pues permite dividir y separar (ibid., I, q. XXIX, 3, ob. 4; también 1 cael., 19 b). Contra esta opinión de Santo Tomás se dirigieron algunos escolásticos, especialmente los de tendencia realista, para quienes la materia considerada bajo una cierta dimensión posee ya una forma y, por tanto, es explicada por esta última.

Otros autores (como San Buenaventura) admitían el carácter puramente potencial de la materia, pero estimaban que la materia puede entenderse de varios modos; así, puede hablarse de la materia como privación, como potencia para algo, etc. Mucho se discutió en la Edad Media la cuestión de la relación de la materia con la forma, así como el problema de si pueden o no concebirse seres sin materia.

Algunos sostenían que hay materia en todos los lugares en donde hay forma —a menos que sea la Forma pura—, de suerte que la materia está universalmente infusa en los seres creados. Otros señalaban que hay ciertos entes creados exentos de materia — las formae separatae, tales como los espíritus puros y aun el propio hombre en tanto que cima de la escala inferior de los entes.

La primera teoría es la «teoría de la universalidad de la materia»; la segunda, la «teoría de la no universalidad de la materia». La universalidad fue defendida sobre todo por Abengabirol en su Fon s vitae, obra que influyó considerablemente sobre muchos escolásticos, ya fuese positivamente, como entre los franciscanos, ya sea negativamente, como objeto de polémica, entre muchos dominicos. Los que defendían la doctrina de la universalidad de la materia solían mantener que ésta no es pura potencia. Si tal ocurriera, alegaban, sería ininteligible, y se identificaría con la nada.

A diferencia de Santo Tomás, Duns Escoto consideraba que la materia tiene un ser propio, ya que su idea reside en Dios. La materia no es pura y simple privación de forma; es algo real o, mejor dicho, posee una cierta entidad, entitas. La materia es potencia máxima y actualidad mínima, pero en modo alguno una nada.

Por otro lado, Duns Escoto estimaba que el ser de la materia es distinto del de la forma, pues de lo contrario habría que concluir que la materia es una realidad que puede formarse por sí misma y se caería en el tipo de «materialismo» defendido por algunos intérpretes de Aristóteles, como Alejandro de Afrodisia. La materia es potencia, pero potencia real: es «aquello que» contiene algo; por tanto, es puro sujeto. De ahí la posibilidad de que Dios cree una materia sin forma.

Esta concepción de Duns Escoto ha llevado a Heinz Heimsoeth a considerar dicho filósofo como un precedente de ciertas concepciones «modernas» de la materia o, por lo menos, como un precedente de las doctrinas según las cuales la materia puede llegar a tener «una naturaleza divina» ( Giordano Bruno). Observemos que Duns Escoto y Occam coinciden en algunos puntos capitales respecto a su concepción de la materia, y especialmente en el siguiente: en que para ambos la materia puede existir también «en acto» y resulta, por tanto, inteligible por sí misma ( Duns Escoto, Op. Ox., II, d. 12, q. I, n. 1; Occam, Summulae in libros physicorum, I, c. 17). Próximo a Duns Escoto se halla el autor del tratado antes atribuido a este autor: el De rerum principio, en el cual se distingue entre tres clases de materia: la materia primo-prima, que no posee extensión ni acción y es realidad mínima, pero en todo caso entitas; la materia secundo-prima, que es la corporeidad en cuanto tal, y la materia tertio-prima, que es la materia propiamente «material» o «elemental» — la materia de los «elementos».

Aunque nos liemos detenido especialmente en las concepciones de los escolásticos cristianos, debe tenerse presente que las cuestiones relativas a la índole de la materia y a las diversas clases de ella fueron tratadas con frecuencia por autores árabes y judíos. Entre los últimos se destacaron las discusiones acerca del «origen» de la materia.

Según Wolfson (art. cit. en bibliografía), hay tres teorías al respecto en la filosofía medieval judía: unos sostienen que la materia ha sido creada de la nada por Dios; otros, que existe desde la eternidad; otros, que emana de la esencia de Dios. Los partidarios de esta última teoría se escinden en dos grupos: para unos, la materia emana directamente de Dios, por lo cual tiene una «realidad divina»; para otros, emana de la «primera inteligencia», a la vez «emanada» de Dios.

Las concepciones escolásticas, cristianas o no, se caracterizan por tratar de resolver muchos de los problemas relativos al concepto de materia introduciendo numerosas distinciones. Nos hemos referido ya a algunas de ellas. Precisemos ahora que en muchos casos se distingue entre materia como substrato o potencia pasiva, materia como elemento y materia como objeto de percepción o abstracción.

La materia como potencia pasiva puede ser concebida a la vez como sujeto para la forma ( en lo cual entra la «primera materia») o como sujeto de cambio, sea substancial, sea accidental. La materia como elemento es el «material» del cual algo está «compuesto» (elementos, partes de un todo, etc.).

La materia como objeto de percepción y abstracción es la materia en cuanto sensible o inteligible (y también la materia signata}. En estas distinciones —que son solamente algunas de las que se han introducido— puede verse claramente que no se trata siempre, como a veces se ha supuesto, de diversas clases de materia, como si hubiese «diferentes materias», sino más bien de diversos modos de concebir la materia.

Así, aunque muchos autores escolásticos establecen una clara separación entre diversas clases de materia, es una separación distinta de la que, por ejemplo, puede establecerse entre dos distintas realidades «materiales». Por eso lo que se ha llamado «modos de la materia» ( Suárez ) no son propiamente características de un elemento material.

El modo de la materia, que es, según Suárez, un «modo parcial» (Met. disp., XXXIV, 5), se conserva para este autor aun después de la separación entre forma y materia. Por eso Suárez estima, de modo similar a Duns Escoto (Cfr. supra) que Dios podría conservar una materia sin forma.

Las ideas de «materia» hasta ahora presentadas no desaparecieron totalmente en la edad moderna, especialmente en tanto que se trató el concepto de materia metafísicamente. Pero es característica de la edad moderna el haberse ocupado principalmente de la noción de materia en cuanto constitutiva de la realidad «material» o «natural». Es lo que se ha llamado «la concepción científico natural de la materia».

En los comienzos de la época moderna se admitieron diversas clases de «materia natural» con el fin de explicar la composición y movimientos de los cuerpos. En algunos casos se pensó que puede haber por lo menos dos clases de materia: la activa (por ejemplo, lo frío y lo cálido) y la pasiva (o soporte del cambio de lo frío a lo cálido y viceversa). Pero cada vez más se tendió a estudiar la materia como realidad una y única.

Precedentes de esta concepción se hallan ya en las doctrinas atomistas antiguas y medievales. Para estas concepciones la materia es simplemente «lo lleno», a diferencia del espacio, que es «lo vacío». Hay en la época moderna algunas teorías que difieren en varios importantes respectos de la idea mencionada de materia como «espacio lleno». Así, por ejemplo, Descartes equiparó la materia a la extensión, de acuerdo con su característica reducción, o intento de reducción, de la realidad material a propiedades geométricas del espacio .

Por otro lado, autores como Ralph Cudworth y Leibniz expusieron una concepción de la materia como algo «plástico» . Finalmente, encontramos en la edad moderna diversos intentos de concebir la materia no atomísticamente, sino monadológicamente, y especialmente intentos de explicar la materia, o la génesis de ella, por medio de «puntos de fuerza» (Leibniz, Boscovich, en parte Kant). Pero lo más característico de la citada «concepción «científico-natural de la materia» en la edad moderna es la idea de materia como «lo que llena el espacio». A esta idea se sobreponen otras: la materia es una realidad impenetrable —ya que en la medida en que no lo sea, hay espacio «que llenar», es una realidad constituida atómicamente —pues «los átomos» son los «espacios llenos»—; es una realidad única — ya que toda materia es fundamentalmente la misma en todos los cuerpos naturales.

Estas propiedades de la materia son concebidas de acuerdo con una ley: la ley de conservación de la materia. La materia es, pues, concebida como realidad fundamentalmente compacta; la posibilidad de su división afecta solamente a los «intersticios espaciales», pero no a la materia misma. La materia es, según esta concepción, constante, permanente, indestructible. Los cuerpos pueden cambiar de masa, de volumen y de forma, pero las partículas materiales últimas son inalterables.

De las ideas mencionadas sobre la naturaleza de la materia —como «materia natural» o «materia física»— en la época contemporánea, una de ellas ha sido más discutida que las otras: la constitución atómica. En efecto, que la materia sea «espacio lleno» no significa todavía que la materia tenga que estar constituida por partículas elementales indestructibles. Podría muy bien admitirse que la materia es continua.

Algunos autores lo admitieron así; en rigor, la concepción cartesiana de la materia como extensión no equivale, o no equivale siempre, a la reducción de la materia a «puro espacio»; en muchas ocasiones se trata de una idea de la materia como un continuo dotado de «movimientos internos» (los «torbellinos»), y, por tanto, de una concepción continuista de la materia. Pero tanto si se admite como no la constitución atomista de la materia, es propio de la época moderna concebir la materia según propiedades mecánicas; la idea moderna de materia es muy a menudo una forma de mecanicismo .

El paso de la física clásica a la física contemporánea representa una nueva concepción de la materia. En el mundo macrofísico se sigue concibiendo la materia de acuerdo con propiedades mecánicas. Pero varios de los resultados de la «nueva física» han obligado a abandonar la clásica concepción ncwtoniana, o bien a alojarla dentro de una teoría de más amplio alcance. No es el lugar aquí de describir las nuevas concepciones de la materia —de la materia como «realidad» —, bastará indicar que la equiparación entre efectos inerciales de la materia y efectos de la gravitación; la creciente importancia de la noción de campo, a diferencia de la noción emético-corpuscular, y la falta de proporcionalidad entre masa y volumen, han introducido cambios de gran alcance en el concepto de que nos estamos ocupando. No menores han sido los cambios introducidos al respecto al ponerse de relieve, primero teóricamente, y luego experimentalmente, la equivalencia de masa y energía, con lo cual ha surgido la posibilidad de concebir la materia como energía, o bien de concebir materia y energía como dos aspectos intercambiables de la misma realidad.

Finalmente, la noción de anti-materia, y la aniquilación mutua de materia y antimateria han conducido a una especie de «desmaterialización de la materia» de que no se tenía idea en las concepciones clásicas. Es justo advertir que todo ello no representa, como algunos han dicho, una «desmaterialización», unida a una «idealización», del universo físico. Aun cuando se admita, como proponen algunos físicos, que lo que se llama «materia» es sólo una concentración de energía, o bien un «hueco» en el continuo espacio-temporal einsteiniano, o una serie de «pulsaciones» discretas en dicho continuo, o series de variaciones de densidad en el «campo», etc., etc., no hay motivo para imaginar que la materia es una realidad «ideal».

En efecto, los citados continuo espaciotemporal, campo, etc., son una realidad física. Que la materia sea una mayor intensidad en un «campo físico» dado, no destruye la noción de materia, sino que cambia simplemente la idea de la materia como realidad cinético-corpuscular regida solamente por leyes mecánicas. En todo caso, sea cual fuere la concepción que se tenga, o que llegue a formarse, de la realidad «materia» en el universo físico, la tendencia es seguir considerando que hay solamente una materia — sea ella lo que fuere. Stéphane Lupasco (Cfr. bibliografía) ha hablado de «las tres materias», cada una de ellas correspondiente a un «tipo de sistema» y a una determinada «orientación privilegiada de sistematizaciones energéticas».

Hay, según dicho autor, tres tipos de sistemas: sistemas de antagonismo simétrico; sistemas de antagonismo disimétrico con predominio de uno de los dinamismos o sistemas antagonistas; sistemas de antagonismo disimétrico, con predominio de otro de los dinamismos o sistemas antagonistas. Ello explica que pueda hablarse de una materia propiamente física, de una materia orgánica y de una materia psíquica, cada una de ellas constituida por un tipo de sistematización energética. Pero aun en este caso permanece incólume la idea de una sola y última forma de materia, diversificada de acuerdo con tipos de organización energética.

En cuanto a los autores que siguen usando conceptos de materia afines a los elaborados por Platón, Aristóteles, los escolásticos, etc. —es decir, lo que se ha llamado a veces «concepto filosófico» o «concepto metafísico», a diferencia del «concepto físico» de materia—, no tienen necesariamente que oponerse a las ideas propugnadas por la física moderna y contemporánea, pues éstas proceden de hipótesis y de experimentos científicos en tanto que las concepciones en cuestión son en todo caso «transfísicas» o «pre-físicas». Ello resulta claro en los autores que defienden el hilemorfismo (ν.) ο el hilesistematismo (v. ). En ambos casos se trata de un examen filosófico de la posible composición de las substancias naturales en cuanto substancias y no en cuanto elementos propiamente físicos.

Compilado por: Abasuly Reyes – 1 de septiembre de 2011, 15:17

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Para la descripción de los objetos materiales desde el punto de vista ontológico véanse, además, las obras de N. Hartmann y de G. Jacoby citadas en las bibliografías de estos dos filósofos.
Concepto y problema de la materia, especialmente desde el punto de vista científico y científico-filosófico: Adolf Stohr, Philosophie der unbelebten Materie, 1907.

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