Acto de colocar una imagen que está dentro de uno en una pantalla externa; ocupa el simil de la proyección que hace la filmadora en el telón y se refiere a la disposición psicológica de ver nuestros propios rasgos reflejados en las otras personas.

Para la Psicología

La proyección es un mecanismo de defensa por el que el sujeto atribuye a otras personas las propias virtudes o defectos, incluso sus carencias (falta). En el caso de la proyección negativa, ésta opera en situaciones de conflicto emocional o amenaza de origen interno o externo, atribuyendo a otras personas u objetos los sentimientos, impulsos o pensamientos propios que resultan inaceptables para el sujeto. Se «proyectan» los sentimientos, pensamientos o deseos que no terminan de aceptarse como propios porque generan angustia o ansiedad, dirigiéndolos hacia algo o alguien y atribuyéndolos totalmente a este objeto externo. Por esta vía, la defensa psíquica logra poner estos contenidos amenazantes afuera. La proyección positiva se da cuando el sujeto atribuye a otra persona cualidades dignas de ser admiradas, envidiadas, amadas, etc. es un componente habitual, incluso necesario en el proceso del enamoramiento. El tipo de proyección que el sujeto realice dependerá de su estructura psíquica y de la introyección que haga de si mismo y su autopercepción.

Aunque el término fue utilizado por Sigmund Freud a partir de 1895 para referirse específicamente a un mecanismo que observaba en las personalidades paranoides o en sujetos directamente paranoicos, las diversas escuelas psicoanalíticas han generalizado más tarde el concepto para designar una defensa primaria.1 Como tal, se encuentra presente en todas las estructuras psíquicas (en la psicosis, la neurosis y la perversión). Por tanto, de manera atenuada, opera también en ciertas formas de pensamiento completamente normales de la vida cotidiana.

Con frecuencia se utiliza también el término como sinónimo de otro concepto psicoanalítico, el de transferencia. Aunque están relacionados, no significan exactamente lo mismo, siendo la proyección un concepto más amplio: la transferencia es una forma particular de la proyección, en la que los deseos inconscientes correspondientes a una situación relacional del pasado se reactivan y transfieren (proyectándolos) a una nueva constelación de relaciones presentes, como es el caso de la transferencia en el contexto de la relación terapéutica.

Para el sujeto, los pensamientos, deseos, hábitos, actitudes, sentimientos duraderos o momentáneos, ideales o esperanzas, así como las aptitudes configuran un mundo que le es propio. De este modo, el «mundo» podría ser una configuración que proyectamos continuamente. Desde la vertiente filosófica, este tipo de situaciones han sido analizadas por el enfoque existencial, de modo especial por Martin Heidegger, quien otorga a este proceso «proyectivo» y conformador de mundo un matiz ontológico.

Según este autor, el mundo interno tiende a teñir el externo con su propia configuración. Un ejemplo de la vida cotidiana podría ser lo que se denomina «deformación profesional». El comerciante por antonomasia ve su mundo como cosas que pueden comprarse o venderse. El economista vive proyectando los esquemas de visión de su ciencia, y así todo es «bienes», «intercambio», «producción», «consumo», «costo», «beneficio». Algo análogo acontece con cualquier profesión.

Esta «realidad psíquica» es la base de sustento de los tests proyectivos. No todos ven lo mismo en lo amorfo o no significante, como por ejemplo en las manchas de colores del test proyectivo de Rorschach. El mundo interno con su estructura o Gestalt conforma de modo muy especial lo que se ve, y una misma situación «objetiva» es percibida de distinto modo por los diferentes sujetos que a ella se enfrentan. La categorización de respuestas, posterior a la investigación, da pie a las interpretaciones psicodiagnósticas.

La transferencia

Como concepto psicoanalítico fundamental, es un componente de la vida social, no solamente un fenómeno de consultorio que ocurre en la relación entre el analista y su paciente. Se proyecta en jefes de oficina o personas con poder, la figura del padre. Y el amor u odio, que éste genera, es trasladado a una figura que en tales órdenes debiera ser inocua. De este modo, el amor o el desdén que una persona puede encontrar en los otros, no es necesariamente un atributo del otro, sino propio. Lo interno se pone afuera.

El proceso transferencial para un enfoque investigativo fue vivido por Josef Breuer con gran confusión en los primeros tramos históricos de lo que más tarde sería el psicoanálisis. Breuer, con quien Freud trabajó en los inicios de sus investigaciones sobre la histeria, no sabía qué hacer cuando las pacientes histéricas se echaban a sus brazos. Allí no era, claro está, Breuer, sino una figura paterna, el objeto amado. Freud enfrentará estas cuestiones con una tranquilidad de la que su colega no pudo disponer. Y llegará posteriormente al concepto de «neurosis de transferencia», y a hacer de la transferencia misma, el instrumento de análisis del pasado olvidado o reprimido por el sujeto.